LA VIDA DE LAS EMOCIONES

El nombre del padre

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Para Lacan, el padre no es sólo una persona real (como el padre biológico), sino una figura simbólica: una función dentro del sistema del lenguaje y la cultura. Representa la ley, la autoridad, el límite y la prohibición que permiten que el sujeto se forme como ser deseante y social.

Lacan toma la idea de Freud del complejo de Edipo, pero la reformula: según el psicoanalista francés, el niño desea a la madre (no sólo sexualmente, sino como fuente de afecto, protección, etc.), pero aparece la figura del padre (real o simbólica) para decir: No puedes tenerla toda para ti, ya estás grande, debes dormir solo, etc. Ése “No” duele, pero abre la puerta a otras relaciones y le permite volverse un sujeto autónomo.

Lacan llama “Nombre-del-Padre” (Nom-du-Père, en francés) a esa figura simbólica que introduce al niño en el lenguaje y lo separa de la madre. Es un juego de palabras entre “nombre” y “norma”. El Nombre-del-Padre es como un ancla en el lenguaje que permite construir una identidad: tener un lugar en el mundo, tener un nombre, una historia, un deseo propio. Cuando alguien nos llama por nuestro nombre, ya no somos sólo hijos de una madre, somos nosotros mismos.

¿Qué significa llamarse como el padre? No es sólo repetir un nombre, es ocupar un lugar simbólico: el del que nombra, el del que representa la ley, el deseo, la autoridad. Ese gesto puede ser estructurante o sintomático, dependiendo del contexto. Freud sostiene que el niño resuelve su rivalidad con el padre, identificándose con él: la identificación es la forma más temprana y original de ligadura afectiva a otra persona.

Ésa es la lógica edípica: no puedo poseer, pero puedo parecerme.

Según Lacan, llamarse como el padre puede ser un intento de no sentirse fuera del mundo simbólico. En ese caso, no es una identificación estructurada, sino una compensación simbólica frágil.

Freud habla del deseo de matar al padre como algo metafórico, inconsciente y estructurante. En la fantasía inconsciente, el niño desea que el padre desaparezca: quiere ser él quien ocupe su lugar, no necesariamente con violencia literal, sino desde el deseo.

En Edipo Rey, la tragedia de Sófocles, Edipo mata a su padre sin saber que lo es, y se casa con su madre sin saber que es su mamá. Cuando descubre la verdad, se arranca los ojos. Es la culpa llevada al extremo. Freud dice que esta historia resuena con todos nosotros porque representa un deseo reprimido universal.

En las sesiones de terapia, no es raro escuchar frases como “mi papá era muy autoritario, siempre quise ser lo contrario a él”, “nunca pude superar que mi papá no me reconociera”, “todo lo que hago es para demostrarle que soy mejor”.

Estos pacientes no odian literalmente a su padre, pero su deseo inconsciente sí quiere vencerlo, superarlo, ocupar su lugar. Ese matar simbólico puede tomar la forma de rebeldía, competencia, rechazo o imitación forzada: El odio hacia el padre es una constante en la historia de la neurosis. (Freud, 1913, Tótem y tabú).

La paradoja es ésta: al matar al padre, lo heredamos. Lo convertimos en una voz interna, en una brújula moral, en un modelo o un fantasma. No se trata de borrar al padre, sino de atravesarlo y superarlo para encontrar nuestro lugar en el mundo.

La serie Succession (HBO) es, en el fondo, una gran tragedia edípica moderna con ropa cara y vidas millonarias. Los tres hijos —Kendall, Shiv y Roman— orbitan alrededor de su padre, Logan Roy, un magnate frío, cruel y omnipresente. Aunque todos lo odian en algún nivel, también lo desean, lo imitan, lo necesitan.

Desde una mirada freudiana, toda la serie es una repetición del deseo de matar simbólicamente al padre, para poder ocupar su lugar, pero nadie puede hacerlo realmente, porque el padre es demasiado fuerte, demasiado vivo, incluso cuando muere.

Kendall es el ejemplo más claro: ama a su padre, pero quiere destruirlo. Busca desesperadamente su aprobación, mientras trama cómo derrocarlo del trono. Está atrapado en una ambivalencia edípica.

Cuando Logan muere, pensamos que por fin Kendall podría liberarse, pero entra en crisis porque el deseo no era simplemente reemplazarlo, sino tener su amor, su legitimación y eso ya no será posible. La muerte no libera, deja un vacío.

Ninguno de los hijos logra realmente matar al padre, porque Logan Roy no es solamente un hombre, es una estructura: la del poder, la ley, el nombre, la empresa, el sistema.

En Tótem y tabú, Freud dice que los hijos, después de matar al padre primordial, lo veneran como tótem.

En Succession, Logan Roy es el tótem: aunque está muerto, sigue organizando el deseo y la culpa de todos los que quedaron.

El nombre del padreValeria Villa

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