LAS CLAVES

Bailar al borde

Carlos Olivares Baró. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Carlos Olivares Baró. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

carlosolivaresbaro@hotmail.com

@barocarl

Leo el poema “Danza” de Jaime Torres Bodet: “Llama / que por morir más pronto se levanta, / flotas entre las brasas de la danza. / Y te arranca de ti /al principiar, un salto tan esbelto / que el sitio en que bailabas /se queda sin atmósfera. /Así el pedazo negro de la noche / en que pasó un lucero. / Pero de pronto vuelves / del torbellino de las formas /a la inmovilidad que te acechaba /y ocupas, /como un vestido exacto, /el hueco /de tu propia figura” / [...]/ La brisa /te peina el ondulante movimiento /y, a cada nueva línea /que las flautas dibujaban en la música, /obedece una línea de tu cuerpo. / ¡No resonéis ahora, /címbalos, que la danza es como el sueño!”.

Bailar al borde. Bailar bajo la cadencia de una música en destellos. Bailar el sueño de la danza. “Para los que llegan a las fiestas /ávidos de tiernas compañías, /y encuentran parejas impenetrables / y hermosas muchachas solas que dan miedo / --pues uno no sabe bailar, y es triste”: dice Bonifaz Nuño en un poema melancólico de deseos frustrados. Pessoa lo dijo: “Todas las cartas de amor son / ridículas. / No serían cartas de amor si no fueran / ridículas”.

Entro a los parajes de Gonzalo Rojas mientras bailo frente al espejo: “Por mis venas discurre la sangre presurosa del animal inútil /que come cuatro veces al día como un puerco, /que me tutea y me deprime /con su palabra ufana, /testimonio evidente de esta parte de mí/que se muere al nacer, como una nube”. Llego al éxtasis: leo la novela Bailar al borde del abismo. Fui feliz varios minutos en mi vida: confieso con altanero y rebosado júbilo que yo bailé con Edith González.

Edith González
Edith González ı Foto: Especial

Brillante liviandad y una alegría: veo a Edith González sobre los azules flotando, meciéndose sobre la ascensión de la cadencia: se entrega con deseo al ritmo del arrobo: sonríe como una adolescente en el interior del ámbar que la sostiene en el armónico del estribillo. // Bailé muchas veces con Edith en Mama Rumba y en El Rincón Cubano, en el Salon 21 y en el Bar León, en el Salón Los Ángeles. // Tengo en mis manos las humedades de sus caderas gozosas y hambrientas. Bailaba Edith ebria, acosada por el cáliz tempestuoso de su gracia. Danzando con ella, unas voces en llama me entregaban el aliento de un ángel que atravesaba el aire: venía hacía mí fulgurando: era un cisne de viento y travesura.

Ave de complicidad en ese vicio que es bailar y adueñarse de los ojos de la noche. / Tomábamos agua y seguíamos en aquel goce que solamente ella y yo entendíamos. Venían los intrusos y le pedían fotos: “Cuando termine la pieza”, decía, y se refugiaba en mi pecho. / Mi amiga Edith fugitiva, huyendo de las ofrendas. / Ella sólo quería tejer la ceremonia: sólo saber de las medidas de dos corazones que trenzan los equilibrios, el retumbo de esa lluvia inaplazable. / Zapatear en el vértigo de Edith. Entrar en el vaivén: Compay Segundo entonando “Chan Chan” y Los Van Van en el arrebatado songo de “El Negro está cocinando”. Porque bailar con Edith era untarse de la inocente pasión de dos cuerpos verdecidos por los bordones. // La veo hundirse en las simas y extenderme las manos en ese instante único cuando me decía: “¿Bailamos, negrito?”. Los ecos se deshojan: Edith, la danzante imperiosa.

Bailar al borde
Bailar al borde ı Foto: Especial

Ficha

Bailar al borde del abismo

Autor: Grégoire Delacourt

Género: Novela

Editorial: Maeva

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