MARCAJE PERSONAL

Cuando se escuche la voz de Kiki Camarena

Julián Andrade*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Sin cabos sueltos, esa es una de las reglas de los grupos criminales, pero en lo que respecta al asesinato del agente de la DEA Enrique Kiki Caramera, los bandidos y sus protectores dejaron un enredo.

El que la Corte Federal de Brooklyn, Nueva York, se vaya a ocupar de un hecho delictivo ocurrido hace 40 años, es algo más que un ejercicio de arqueología, es un viaje al pasado que puede tener graves consecuencias en el presente.

El juicio contra Rafael Caro Quintero lo será también, aunque sólo lo sea en parte, contra toda una trama de complicidades que emergerán una vez que el jurado escuche las grabaciones que se realizaron cuando Kiki Camarena era torturado.

Por lo que se sabe de esos audios, gracias a testigos que llevan años colaborado con la DEA, en la habitación de una residencia en Guadalajara, que sirvió de sala de torturas, se apareció el mismo demonio, la violencia inaudita que sólo se produce cuando se cree que no habrá consecuencias que pagar.

Caro Quintero será el único pagano del asunto, en lo que respecta al caso Camarena, porque sus cómplices están muertos o es difícil que se pueda entablar una acusación de los que quedan con vida, pero lo que emergerá, seguramente, consolidará la lamentable imagen que se tiene de los cuerpos policiales, porque el narcotraficante sinaloense siempre contó con su protección.

Otro aspecto adicional, que no hay que perder de vista por sus implicaciones, es que Caro Quintero podría enfrentar una acusación de pena capital, y esto es posible porque fue expulsado en lugar de extraditado de México, para ser entregado a las autoridades de Estados Unidos.

Sorprende que, para los estándares de justicia al norte del Río Bravo, no tenga importancia alguna que quien lidereó el cartel de Guadalajara, haya purgado una larga condena por el mismo caso, ya que lo que urge, aunque sea con una demora de cuatro décadas, es dar una lección ejemplar.

Veremos hasta dónde pueden llegar las cosas, pero se empalma con otros ejercicios de memoria y de historia, como el libro que acaba de publicar Carlos Lehder, Vida y muerte del Cártel de Medellín (Debate), en el que revela las redes de complicidades políticas con el grupo criminal al que él perteneció e inclusive fundó.

Es su testimonio el de un líder del narcotráfico, y se debe tomar con las reservas del caso, pero también como un compendio de información que puede servir para el análisis. Panamá del general Noriega o Nicaragua con Daniel Ortega, dan pistas de hasta dónde llegaron los acuerdos que permitieron, o propiciaron, la expansión del crimen organizado.

Lehder describe toda una maquinaria que explica las dificultades para enfrentar al narcotráfico.

Pero, sobre todo, deja constancia del enorme negocio que se despliega en Estados Unidos, antes y ahora, algo de lo que también sabe Caro Quintero.

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