TEATRO DE SOMBRAS

La felicidad y la inteligencia artificial

Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Aristóteles afirmaba que el mayor bien del ser humano es la felicidad. Sin embargo, el sabio griego aclaraba que había ciertas condiciones para alcanzarla. Una de ellas es la actividad. Una persona que pasara toda su vida durmiendo, disfrutando de sueños hermosos, agradables, fantásticos, no contaría como alguien feliz, afirmaba Aristóteles. Una condición necesaria para la vida feliz es la acción en el mundo.

No es lo mismo soñar que uno construye una casa hermosa que construir esa casa hermosa. Lo primero es fácil, no exige el dominio de ningún arte, el ejercicio de ninguna virtud. Lo segundo, en cambio, no sólo requiere esfuerzo, sino que para lograrlo uno debe estudiar arquitectura, practicar el arte de la construcción, nutrir el talento para lograr una obra de ese calado. En el sueño uno puede recorrer los pasillos de la casa con enorme dicha, sentirse orgulloso de la obra realizada, recibir los elogios de los vecinos, y, sin embargo, esa felicidad es falsa, porque no está fundada en una virtud verdadera, en un trabajo verdadero, en un arte verdadero.

¿Acaso una condición para la felicidad genuina es el esfuerzo? Por ejemplo, quien camina durante una jornada para viajar a una ciudad cercana, siente alegría cuando divisa las torres de la ciudad, ya que sabe que ha cumplido con su misión. Viajar supone un esfuerzo corporal y eso es un logro. No cualquiera puede lograrlo. Quien, en cambio, se sube a un autobús y llega a la ciudad vecina en menos de una hora, sentado en un confortable asiento, ¿puede sentirse feliz de llegar a su destino? Una respuesta aristotélica es que, si bien el viajero en autobús ha logrado un fin y, por lo mismo, alcanzado un bien, su satisfacción no puede ser la misma que la de quien viaja a pie y llega a su destino mediante el ejercicio de una actividad admirable en sí misma, la de ser capaz de caminar durante muchas horas y recorrer muchos kilómetros. El viajero en autobús no es virtuoso, el viajero a pie, en cambio, tiene una virtud que le brinda mayor felicidad.

Hoy en día casi cualquier texto puede generarse por medio de la inteligencia artificial. Por ejemplo, si yo hubiera preguntado a la computadora: “¿Puede hacernos felices la inteligencia artificial?”, hubiera recibido una respuesta bien elaborada que hubiera podido copiar y enviar como mi artículo en La Razón de este martes. Si nadie se diera cuenta, el pago recibido sería el mismo, incluso podría recibir varios “likes” en las redes sociales. No obstante, ese truco no me hubiera hecho feliz en un sentido aristotélico. Este pequeño artículo no es la gran cosa, no me engaño —a la inteligencia artificial quizá le hubiera quedado mejor— pero lo hice yo, sin ayuda de nadie. Ese modesto mérito me acerca, aunque sea un poquito, a la felicidad.

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