El hombre no está hecho para la derrota.
Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado.
Ernest Hemingway
Hay escritores cuya obra es inevitable y los cuales, ya sea por su fuerza, su técnica, su feroz vitalidad y su profunda manera de contar historias, se imponen sobre otros aun cuando éstos tengan un valor también excepcional. Este es el caso de Ernest Hemingway de quien resulta imposible hablar de literatura sin mencionarlo, sin leerlo, sin conocerlo. De hecho, ningún lector que se respete puede hablar con seriedad sin haberlo leído, sin conmoverse con alguna de sus obras o sin sentirse atraído por su vida y su personalidad. En él, no sólo se concentraba la presencia de un creador excepcional sino que al mismo tiempo, trascendió por su poder para usar las manos tanto en la literatura como en el ring e incluso en el manejo de las armas. Fue corresponsal de guerra y ganó algunos de los premios de mayor prestigio como el Premio Pulitzer de Ficción y el Premio Nobel de Literatura. Desde joven cultivó la cacería y el campismo y en la secundaria desarrolló a nivel competitivo el box, el fútbol americano y el waterpolo. Fue un hombre que amó y vivió apasionadamente la vida, no tuvo reservas y debatible, como puede ser, tomó las riendas de su muerte, decidió el día y la hora en que habría de partir y el hombre que nació el 21 de julio de 1899 en Oak Park, Illinois, Estados Unidos; se suicidó en su casa el 2 de julio de 1961 en Ketchum, Idaho, Estados Unidos.
Poseía un estilo directo, tan directo como suele conectarse un knock out pero al mismo tiempo rítmico, limpio y sorpresivo. En Por quién doblan las campanas podemos leer el siguiente fragmento: Yacía tendido sobre el suelo marrón del bosque, cubierto de agujas de pino, con la barbilla apoyada en los brazos cruzados, y en lo alto, el viento soplaba en las copas de los pinos. La ladera de la montaña descendía suavemente donde yacía; pero abajo era empinada y podía ver la oscuridad del camino aceitado que serpenteaba por el paso. Había un arroyo junto al camino y, a lo lejos, en el paso, vio un molino junto al arroyo y el agua que caía de la presa, blanca bajo el sol del verano.
En este comienzo en el cual conocemos la visión de Robert Jordan, protagonista de la obra situada en la Guerra Civil española, estamos ante un estilo que define con fuerza elegante el entorno y el tono de la novela. La misma fuerza encontramos en Santiago, el viejo pescador en El viejo y el mar: El sol se estaba poniendo. Para darse más confianza, el viejo recordó aquella vez, cuando, en la taberna de Casablanca, había pulseado con el gran negro de Cienfuegos... La competencia había empezado el domingo por la mañana y terminado el lunes por la mañana... él la había terminado de todos modos antes de la hora en que la gente tenía que ir a trabajar.
En esta misma obra encontramos su frase célebre que revela la grandeza de la condición humana frente a las condiciones más adversas de la vida: Pero el hombre no está hecho para la derrota —dijo—. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado. En la obra de Hemingway encontraremos belleza, brutalidad, estética, arte, revelación, sorpresa, energía, tristeza, melancolía, muerte y amor y eso es precisamente lo que hace de él un escritor inevitable, el hecho de hallar el significado mismo de la vida en cada historia suya, nos hace visitarlo como se visita un templo, la selva o el mar. El hombre que nos dejó dicho la felicidad es la cosa más rara que conozco en la gente inteligente, cumple esta semana un aniversario luctuoso más en el calendario de los hombres.