En la narrativa maniquea sobre el conflicto en Gaza, expertos, políticos y el público en general tienden a tomar partido como si se tratara de un juego de fútbol: Israel o Palestina ¿a favor o en contra? Dentro de este marco, es imposible entender lo que sucede en la sociedad israelí. Sí, los israelíes tienden, qué ironía, a estar a favor de su propia existencia. Pero eso no significa que todos, o siquiera la mayoría, estén a favor de continuar la guerra en Gaza.
Desde hace más de un año, encuesta tras encuesta muestran una realidad casi incomprensible para los espectadores de teclado en Occidente: la gran mayoría de los israelíes –incluso dentro de los votantes de la coalición gobernante— está a favor de la liberación de los rehenes a cambio de un cese al fuego. En las últimas semanas, ha ocurrido un cambio aún más claro. Si bien durante meses casi nadie se atrevía a hablar del fin de la guerra, e incluso quienes se oponían a su continuación se escudaban (probablemente por miedo al escarnio público) pidiendo la liberación de los rehenes (una consigna que desde hace meses funciona como un eufemismo para pedir el fin de la guerra) ahora el público pide abiertamente que se acabe. La gran mayoría del país está cansado de esta guerra interminable, y una minoría, cada vez más grande, está también aterrorizada por la situación en Gaza. Por primera vez desde aquel 7 de octubre, manifestantes muestran las fotos de niños y civiles de Gaza que han muerto inocentemente y demandan en público el fin de la violencia.
Para los críticos de teclado esto no es suficiente. Piden acción. Se preguntan: si esto es cierto, ¿cómo es posible que la guerra continúe? Esa es exactamente la misma pregunta que se hacen cientos de miles de israelíes. La distancia entre la voluntad popular y las acciones del gobierno nunca había sido tan grande en la historia del país. Aun así, es cierto que las manifestaciones no son masivas. La oposición a la guerra es, en gran parte, silenciosa. Para entender por qué, hay que mirar lo que ha sufrido la sociedad israelí en la última década. Por un lado, el gobierno de Netanyahu inició un proceso de debilitamiento de las instituciones democráticas. El gobierno, políticos e incluso la policía han perseguido a periodistas, a políticos opositores y han encarcelado a manifestantes. La democracia ha sufrido un duro golpe.
Por otro lado, no es que la gente no se haya levantado, es que, tras años de protestas, es difícil para un pueblo golpeado por la represión y ahora por la guerra continuar en la lucha. Desde que comenzaron las investigaciones por corrupción contra Netanyahu en 2019, el campo liberal y democrático se movilizó como nunca antes. En sólo cuatro años, el país vivió cinco ciclos electorales, incluyendo la derrota y el regreso de Bibi y luego el peor ataque de su historia. Hay que recordar que el 7 de octubre no ocurrió en un vacío, sino en el contexto de una reforma judicial que buscaba desmantelar la única democracia del Medio Oriente. Para este sector de la sociedad han sido años, literalmente, de salir a las calles. Este movimiento logró frenar la reforma de Netanyahu. Sin embargo, la mayoría, cansada y atemorizada, aún no ha logrado detener esta guerra.

