PUNTO CIEGO

Los políticos Ícaro

Daniel Santos Flores. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón
Daniel Santos Flores. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón Foto: Especial

Ícaro es una figura de la mitología griega, una de las más poderosas metáforas sobre la ambición desmedida y la tragedia de no reconocer los límites.

Ícaro recibió de su padre, Dédalo, unas alas hechas de plumas, las cuales estaban unidas con cera. Éstas fueron diseñadas para escapar del encierro en el que ambos se encontraban en la isla de Creta.

Dédalo advirtió a Ícaro que debía usar sus alas con inteligencia. Debía mantener siempre una altura media: ni muy bajo, para evitar que la humedad del mar las empapara; ni demasiado alto, porque el sol derretiría la cera que mantenía unida su estructura, haciéndolo caer en ambas situaciones.

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Ícaro, con la soberbia que le daba volar y estar por encima de los demás, y alentado por el poder que la altura le ofrecía, decidió volar cada vez más y más alto. Ignoró las advertencias. Quiso tocar el cielo. El sol, implacable, derritió la cera. Las alas se deshicieron. Ícaro cayó al mar, y ahí encontró su fin.

Casos similares se han dado en la política mexicana: personajes que se sintieron superiores a sus superiores. Y es que pareciera que se olvidan de que nadie nació con plumas, y mucho menos con alas; que estas les son dadas para sobresalir y ejercer poder en favor de un político de mayor rango que él.

Manuel Camacho Solís es la representación más cercana de un “político Ícaro”. Estudió con Carlos Salinas de Gortari: fueron amigos, compañeros en la escuela y en el servicio público, miembros del grupo llamado “los Toficos”, por aquello del eslogan: “uy, qué ricos”. Era tanta su cercanía con Salinas y su confianza, que, aun siendo presidente este último, lo veía como un par, como un igual, no como el jefe máximo de la política mexicana. La historia es conocida: su soberbia le hizo creer que sería el elegido, el próximo presidente, pero Salinas tenía otros planes; ungió a Colosio. Camacho quiso volar tan alto, más alto que el propio presidente, y terminó su carrera. Después de eso, fue solo el recuerdo de lo que un día fue.

En tiempos más modernos, hay muchos nombres que son políticos Ícaro. Adán Augusto podría estar en camino de ser uno de ellos. Durante años, estar cerca de él era señal de privilegio. Su nombre abría puertas, conseguía posiciones, imponía candidaturas. Era el gran referente, el centro del universo político nacional, el sol alrededor del cual giraban quienes aspiraban a ascender. Tener su respaldo era como recibir alas: te elevabas. Rápido, alto y sin escalas. AMLO le dio esas plumas con las que se construyó las alas que lo elevaron. Pero el tiempo de Andrés se terminó. Y se tienen límites. El poder también caduca. Hoy, como presidente de la Jucopo en el Senado, el sol puede empezar a desplumarle.

Sus historias podrían empezar a verse como símbolo de muchas cosas: del exceso de confianza, de la arrogancia, de la ilusión de invulnerabilidad.

Los políticos Ícaro no entienden ni atienden las recomendaciones históricas. No hay matices: o aprenden a volar a distancia media, o ya termina su historia para engrosar las páginas de quienes se creyeron más que el sol. El calor que irradia la presidenta ya ha alcanzado a muchos políticos Ícaro. ¿A quién más anotamos en esa lista?

Reenviado

“No estoy dando declaraciones. Ya les dije que estoy de acuerdo con la Presidenta”

- Andrea Chávez, senadora de Morena

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