“Los funcionarios públicos deben vivir en la justa medianía”. Con esa frase de Benito Juárez, repetida como mantra desde Palacio Nacional, Morena construyó gran parte de su narrativa. No es sólo una referencia histórica, es una declaración de principios. Una promesa de distinción ética frente a los excesos de quienes, antes, confundieron el poder con el privilegio.
Las imágenes de morenistas disfrutando de vacaciones lujosas en el extranjero no son un escándalo por el hecho de vacacionar. Levantan cejas, sin embargo, por la incongruencia. Porque cuando se predica austeridad, se castiga el despilfarro del pasado y se promete gobernar con el pueblo, no basta con no robar: también hay que parecer distinto. En política, las formas importan. “No somos iguales” es otro mantra que se decía mucho en Palacio Nacional, pero no basta con decirlo, hay que mantenerlo.
Salvador Allende dijo: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción, pero ir avanzando en los caminos de la vida y mantenerse como revolucionario en una sociedad burguesa es difícil”. Difícil, pero no imposible. La izquierda puede aspirar al poder, puede incluso disfrutarlo. Viajar no es un delito, ni un lujo exclusivo de la derecha. Lo que no puede —al menos si quiere conservar su autoridad moral— es olvidar, o recordar selectivamente, que sus causas nacen de la desigualdad.

Góbers felices en el sorteo
Y en un país como México, donde millones carecen de lo básico, la ostentación no es sólo una frivolidad: es una provocación. Una que, además, mina la credibilidad del proyecto político con más respaldo popular de los últimos años. Morena y sus representantes se mantienen, porque han sabido distinguirse de los viejos políticos, aunque sus filas estén nutridas por caras muy conocidas por décadas, la narrativa ha sido suficientemente potente para que la gente esté dispuesta a tolerar más cosas. Eso lo tienen bien detectado en la oposición y a eso responde la “cacería” mediática que hemos visto en los últimos años.
La Presidenta Sheinbaum respondió con cautela: “Cada quien será reconocido por su comportamiento”. Tiene razón. Pero esa responsabilidad no puede quedar únicamente en manos del juicio público ni de las redes sociales. La mejor defensa contra los embates a los que están siendo sujetos en Morena es la congruencia. No es una exigencia ética aislada, sino una herramienta política fundamental. La confianza en los gobiernos populares no se erosiona únicamente por errores de gestión o fallas en la implementación de políticas públicas; también se fractura con gestos, actitudes y símbolos que contradicen la narrativa de cercanía, compromiso y humildad.
López Obrador y Claudia Sheinbaum comprenden, mejor que nadie, el valor simbólico de la austeridad. Todos los recortes, los trajes, los vuelos en aviones comerciales, son más que nada actos performativos y representativos de cercanía y empatía con el pueblo. En política, la forma sí es fondo. Y cuando se pierde la forma, no sólo se arriesga el estilo: se pone en riesgo la cohesión del movimiento.

