CONTRAQUERENCIA

Tantita congruencia

Eduardo Nateras<br>*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.<br>
Eduardo Nateras*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Un pacto no escrito de la política nacional —al menos hasta hace un par de sexenios— era que, una vez que el Presidente de la República dejaba el cargo, pasaba a una especie de retiro de la vida pública por el resto de sus días, a cambio de una especie de amnistía perpetua por cualquier pecadillo cometido durante su gestión.

Esa situación ha sido cada vez menos estricta, derivado de diversos factores. Por un lado, la proliferación de las redes sociales ha permitido que la privacidad a la que puedan aspirar exfuncionarias y exfuncionarios no sea absoluta, pues se encuentran a una fotografía o video de distancia de que cualquier acto suyo, medianamente comprometedor —y también de cualquier integrante de sus círculos más cercanos—, se vuelva viral en cuestión de minutos.

Del mismo modo, el acceso más generalizado y continuo a medios de comunicación ha permitido cierta democratización de la información —con todas las desventajas y riesgos que implica la exposición a información falsa o no verificable—, que se ha traducido en tener acceso más fácilmente a notas o investigaciones, tanto nacionales como extranjeras, que puedan poner de manifiesto actos de corrupción o de mala praxis.

Por otro lado, muy particularmente con la llegada de la 4T al Gobierno, ese pacto de silencio se fragmentó, en buena medida por sus infinitas ganas de querer distanciarse de lo que a sus ojos y sin distingos representaban las administraciones anteriores: gobiernos neoliberales, conservadores y corruptos, cuyas prácticas jamás habrían de replicarse en la historia de nuestro país. Fue en ese sentido que se promovió en su momento el juicio contra expresidentes, que no fue más que una ridícula llamarada de petate.

Pero, de forma definitiva, la omertà se rompió en el instante en el que el último inquilino de Palacio Nacional dedicó su gestión a desmantelar cualquier rastro de las gestiones anteriores, que contradijera su discurso de gobierno y cuando, en cambio, decidió pavimentar el camino de retorno a las épocas de poder unipersonal y de partido hegemónico del siglo pasado en nuestro país. Así, entre sus inmediatos intereses para concluir su mandato, designó a una sucesora y posteriormente colocó a uno de sus hijos en una de las posiciones clave dentro de su partido, que ahora aglutina a cuanto impresentable personaje, presente y pasado, de la política nacional.

No es casualidad, entonces, que la conversación reciente verse sobre los excesos del hijo del expresidente en sus vacaciones por el Lejano Oriente o que se retomen los hallazgos de un diario extranjero sobre los trámites para obtener la ciudadanía y la consecuente expatriación de la esposa del expresidente al mismo país al que, en su momento, le exigió una disculpa pública por los agravios cometidos durante la colonización.

Se trata, pues, de síntomas de los tiempos, en donde ya no es tan sencillo permanecer tan debajo del radar, ni tampoco sostener un falso discurso de austeridad y superioridad moral, pues las contradicciones saltan a la vista enseguida.

Qué poca... congruencia, la de nuestra clase política.

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Javier Solórzano Zinser. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón