Hay quienes piensan que los psicoanalistas se dedican a culpar a los pacientes de lo que les pasa y a veces tienen razón. Algunos, en exceso fieles a la teoría, pueden hacer interpretaciones culpabilizantes: “Usted actúa en contra de lo que dice querer, a causa de su deseo inconsciente”. Sobra pero no sobra decir que nadie es culpable de su deseo inconsciente.
También se puede culpar a los pacientes de repetir el patrón familiar, de regresar a una relación destructiva que parecía superada, de ser como el padre aunque diga no querer ser como él. La verdad es que todos hacemos lo que podemos. El paciente repite porque no puede hacer otra cosa y con eso es con lo que hay que trabajar el tiempo que sea necesario. Sentirse culpado en la propia terapia debería llevar a cuestionarla, sin dejar de decir que hay quien se siente culpable de todo y siempre.
Una clásica culpa que se pone en los pacientes es la de resistirse a las intervenciones del analista. Es verdad que algunos pacientes parecen rebotar con un campo magnético todo lo que uno dice, pero culpándolos no se avanzará en el análisis y sí mejor intentando comprender qué hay detrás de esa forma de comunicación. El analista es quien, en todo caso, debe revisar lo que está haciendo y mejorar sus recursos para trabajar.

Magnicharters, de pena
Se culpa a los pacientes de autoboicot porque hacen lo que en realidad desean aunque digan que no, pero no es una decisión ir en contra de lo que parecen querer, en todo caso es un síntoma que se puede analizar.
Otra gran culpa que el psicoanálisis reparte es contra las y los histéricos, esos insoportables que siempre están insatisfechos y nunca contentos con nada. Acusar a alguien de disfrutar de su insatisfacción no sirve de nada. A veces, desear la insatisfacción, es un modo de mantener el deseo encendido. El miedo a que el deseo se apague es bastante frecuente: ¿y si me quedo sin ganas de nada?
Un mito frecuente es que la terapia lleva a los pacientes a pelear con sus más cercanos. Lo que el análisis hace es visibilizar lo que ya estaba ahí y que ahora se empieza a afrontar.
La terapia tampoco lleva necesariamente a que el paciente hable más abiertamente de sus cosas, incluso puede pasar que no quiera hablar con nadie, que esté más introspectivo.
Que el análisis es largo, cuando en realidad es de duración variable. Claro que hay un recorrido, una lógica, un encuadre que establece honorarios y periodicidad. Si es largo, es porque el paciente quiere seguir ahí, porque tiene ganas de hacerlo. Cuando la terapia funciona, se sabe, se siente y ni siquiera se piensa en el tiempo.
Lo mismo con que es caro: el analizante decide si quiere pagar lo que le cobran o ir con alguien más o negociar la cuota o la periodicidad, y la analista decide si puede o no. Cuando pensamos que algo es caro, habría que preguntarse comparado con qué.
Que la terapeuta sea silenciosa, que casi no hable, que casi sólo hable el paciente, es un mito. Hay terapeutas que hablan más y otros menos. Lo importante es que lo que diga sea necesario, útil para lo que se está analizando. Debería poderse hablar de todo lo que incomoda en la terapia y hacer las modificaciones que sean posibles.
*Basado en algunos episodios de Psicoanálisis vivo, de Lara Lizenberg, en Spotify.

