La volcadura de un carrotanque con 49 mil litros de gas debajo del puente de La Concordia, en Iztapalapa, suma muertes. El derrame y explosión cuyas imágenes en video colman redes sociales, plataformas y medios de información, es nueva tragedia que muestra los rostros del horror.
Secuencias con hombres, mujeres y hasta bebés quemados, caminando con media vida, más instinto de supervivencia que condiciones. Pensé en Vietnam y los bombardeos del Ejército de Estados Unidos con napalm. La imborrable fotografía de la niña Phan Thi Kim Phuc.
En esta viral y documentada explosión en el puente La Concordia, también podemos sentir la heroicidad de la gente, de quienes ante el infierno corrieron para ayudar, tratar de encontrar y organizar rutas de escape, puntos de encuentro para atender heridos y esperar paramédicos y ambulancias.

¿Y si en la propia 4T frenan la electoral?
También mujeres y hombres policía abrazando para evacuar a los más lastimados, servidores públicos infravalorados que, una vez más, y de manera involuntaria y dolorosa, sacaron a relucir su vocación por cuidar y proteger al prójimo, labor que solemos borrar de nuestra memoria colectiva por privilegiar malos recuerdos.
En la zona cero estuvo la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada. Al lado de algunos de sus funcionarios; policía, protección civil y salud. Ahí, la exalcaldesa de Iztapalapa se plantó a coordinar trabajos para controlar daños y más perjuicios. Reflejo que le valdrá reconocimiento.
¿Qué fue lo que originó esa nube de fuego, dolor y muerte?
Se trata de otro recordatorio desatendido. Suma de omisiones gubernamentales, burocráticas y sociales son las que producen tragedias.
La explosión en instalaciones de Pemex en San Juanico, Estado de México, en 1984, mató a entre 500 y 600 personas. En 1992, en Guadalajara, en el barrio de Analco, el drenaje público explotó por acumulación de gasolina vertida ahí de manera indebida; 212 seres humanos murieron. En 2009, el incendio de la guardería ABC, en Hermosillo, Sonora, mató a 49 bebés y dejó marcados de por vida a otro medio centenar. En 2019, en Tlahuelilpan, Hidalgo, 139 personas se quemaron vivas cuando cosechaban combustible en un ducto picado para huachicol.
La estulticia política pone para cada ejemplo, culpables. De presidentes de la República para abajo, familiares y compinches como responsables malditos. A cada tragedia ponemos foto y un letrero indeleble que dice: Asesinos.
La realidad y los hechos demuestran que una inspección de Protección Civil omisa por incapacidad o por corrupción, que una toma clandestina de combustible invisible para policías e inspectores, o una norma de construcción violada con moche de por medio, una licencia de manejo expirada, un bache inmune al pírrico bachetón capaz de voltear un tráiler cargado de gas o la prisa de un chofer de autobús por ganarle el paso al tren, acumulan las verdaderas irresponsabilidades que hoy nos conmueven.
Tod@s, no sólo ell@s, tenemos culpa. Y penitencia por lo menos deberíamos. Revisemos qué tan corta tenemos la cola, antes de ser tan largos con la lengua.

