Veamos los mensajes y símbolos ocurridos durante las recientes fiestas patrias.
A mi parecer, lo más notorio es el importante e inusual discurso del secretario de Marina, almirante Raymundo Pedro Morales Ángeles, durante el desfile cívico-militar del 16 de septiembre.
Trascendió ya como el “discurso del golpe de timón”, en referencia a hacerse cargo de las investigaciones y hechos que son de conocimiento público con relación a actos de corrupción ocurridos durante la pasada administración y que involucran a funcionarios al más alto nivel de la dependencia. Frases contundentes como “hubiera sido imperdonable callarlo” y “la ley es para todos” muestran la convicción de revertir el golpe reputacional que el escándalo del huachicol ha generado en la que —hasta ahora, sistemáticamente— venía siendo evaluada como la institución del Estado mexicano más apreciada por la ciudadanía. El almirante secretario Morales asume la posición correcta.
Desde que inició el obradorato en 2018, se ha visto una presencia sin precedentes de las Fuerzas Armadas en actividades de la vida pública, que tradicionalmente estuvieron destinadas a mandos civiles. Para justificar la presencia y dirección de militares en actividades tales como la construcción de obras monumentales o la administración de aduanas, aeropuertos o tareas migratorias, se repitió hasta el cansancio que el incremento de la militarización del país se debía a que, por su estructura vertical, mística y valores, las Fuerzas Armadas representaban la conducción idónea para terminar con los problemas de corrupción que afectaban esas áreas. Ahora vemos que la premisa no se cumple.
El tema es políticamente muy relevante, ya que indudablemente ésta es la actitud correcta, no sólo del actual liderazgo de la Marina para enfrentar la corrupción, sino también de la comandancia en jefe, es decir, de la Presidencia de la República. Pero, por las mismas razones, podría decirse que la anterior comandancia de las Fuerzas Armadas queda en entredicho.
En este contexto crucial, es pertinente revisar las tesis del libro publicado por Jesús Garza Onofre, Sergio López Ayllón, Javier Martín Reyes, María Marván, Pedro Salazar y Guadalupe Salmorán, Érase un país verde olivo. Militarización y legalidad en México. Es momento de revisar ese “llamado de atención sobre la relevancia y las implicaciones de las decisiones de política pública que involucran a las Fuerzas Armadas en México”, ya que, a la luz, no sólo del hecho que nos ocupa, sino por muchos otros motivos, esta invasión de la esfera militar sobre la civil no ha sido benéfica para el país. Desde 2022, cuando apareció el libro, los autores señalaban: “es preciso y urgente optar por otro enfoque que busque restaurar el control civil sobre el poder militar, conforme al modelo de democracia constitucional”. Más vigente que nunca, tienen toda la razón.
Finalmente, una reflexión sobre la arenga pronunciada en El Grito. Secundo la visión de Luis Espino (¿Se debería reglamentar la ceremonia del Grito?, en Letras Libres) en el sentido de que los símbolos, entre los que se cuenta la arenga, son patrimonio histórico de todos los mexicanos. Que El Grito, de manera categórica, no debe ser la fiesta del presidente en turno y no debería utilizarse como ocasión para lanzar mensajes de manipulación política, como en su momento lo hicieron Echeverría, Fox y —en el paroxismo de la cursilería populista— López Obrador. Debería ser la fiesta por la Independencia de México, con un espíritu de unidad que trascienda el tiempo, y no para que los presidentes en turno le den su impronta política personal. Misma reflexión para el caso de los discursos en el desfile cívico-militar. De cualquier forma, se le escucha al almirante secretario cuando habla.