TEATRO DE SOMBRAS

El diorama vacío

Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

La Galería de Historia, conocida popularmente como el Museo del Caracol, fue inaugurado en 1960. El museo está compuesto por sesenta hermosos dioramas con dos mil figuras de cerámica hechas a mano por un equipo de cuarenta artesanos.

El tema del museo es la lucha del pueblo mexicano por la libertad. A su entrada está grabado en piedra el mensaje de Jaime Torres Bodet a su visitante: “Procura ser siempre digno del héroe esencial de la Independencia, de la Reforma y de la Revolución; el pueblo al que perteneces”.

La narración de esa lucha del pueblo mexicano por su libertad tiene protagonistas indiscutibles. En el museo se destacan a los héroes de la historia patria como Miguel Hidalgo, Benito Juárez o Francisco Madero. El estilo de la narrativa histórica del museo es la que ahora se llama la “historia de bronce”, pero ésa es la historia que surte un efecto más hondo en el espíritu de los niños y que, como decía Torres Bodet en su discurso de inauguración del museo, responde a la idea de que un pueblo sin héroes sería una muchedumbre sin voz.

Al final de la exposición el visitante accede al espacio central del edificio helicoidal, cuyos muros están recubierto de tezontle y tiene una cúpula de fibra de vidrio. Ahí se expone, como si fuera una capilla laica, una copia de la Constitución de 1917. Se trata de la sala de la Constitución, momento final del recorrido del museo.

Quisiera reflexionar sobre el simbolismo de esa impactante sala.

Para entender su significado hay que tomar en cuenta que la narración del museo culmina con la promulgación de la Constitución de 1917. Entre 1917 y 1960 había 43 años. Lo que se da a entender es que esos 43 años formaban parte no del pasado, no de la historia, sino de un presente extendido hacia el futuro. Por eso, del último diorama se pasa al centro del caracol en donde todo está por escribirse.

La sala de la Constitución no tiene dioramas. Al fondo, debajo de un águila majestuosa que simboliza a la Patria, está una copia manuscrita de la ley fundamental. Lo que se da a entender es que la Constitución es el final de la lucha de México para alcanzar su libertad, que ella compendia el sentido de la historia patria y que señala la dirección de su futuro. La idea no es extraña: se dice que un individuo o un pueblo no alcanza su libertad cuando vive sin ley o cuando vive bajo una ley ajena, sino cuando se da a sí mismo su propia ley.

El filósofo francés Claude Lefort sostuvo que la democracia es un lugar simbólicamente vacío. Me parece que el impactante vacío del centro del Museo del Caracol puede leerse de manera semejante. La sala está vacía de héroes, pero llena de leyes. No hay estatuas de Hidalgo, o de Juárez o de Madero dentro del recinto. Al estar vacía de figuras, en la sala cabe, de manera simbólica, todo el México posrevolucionario. Recordemos que, en 1960, en el sexenio lopezmateísta, se defendía la idea de que Constitución de 1917, más que una norma legal, era un proyecto político, social y económico en cumplimiento. Todo lo que planeaba, organizaba y construía el régimen estaba fundado en ese ideario que expresaba los anhelos más hondos del pueblo de México.

Lo vacío es lo que se puede llenar. Pero se puede llenar de distintas formas. Como decía Lefort, el vacío simbólico de la democracia permite una indeterminación que puede conjugarse de diversas maneras.

Si llevamos al extremo la idea del lugar vacío —permítaseme una provocación— podríamos decir que ni siquiera la Constitución debería ocupar el centro del caracol de México. El culto a ley, como el culto al libro sagrado, puede distraernos de lo más esencial, en el caso de la ley, de la justicia, en el caso del libro sagrado, de Dios mismo. La sala está vacía porque es el lugar de cumplimiento pleno de la libertad. Cualquier cosa puede suceder ahí y nada debe limitarlo. La voluntad del pueblo no puede coagularse en ninguna ley civil, que, por ser humana, no es eterna. El templo de la libertad no debería tener nada adentro, ni siquiera la ley suprema vigente.

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