Massimo Recalcati, uno de los psicoanalistas contemporáneos más influyentes, desarrolla en este ensayo escrito en 2010 y traducido al español en 2021, El hombre sin inconsciente, una crítica lúcida sobre las transformaciones del sujeto en la modernidad. Su tesis central es provocadora: el hombre actual ya no busca liberarse del inconsciente, como proponía el psicoanálisis clásico, sino que se ha vaciado de él. El “hombre sin inconsciente” no está reprimido, sino saturado por un goce impuesto por el discurso capitalista, que lo desvincula del deseo y lo aleja de la dimensión simbólica.
Recalcati parte de una constatación clínica y cultural: mientras Freud y Lacan describieron una sociedad organizada en torno a la represión del deseo, el padre, la ley, el inconsciente, hoy vivimos en una cultura que promueve el goce ilimitado. El mandato ya no es “prohibido gozar”, sino “debes gozar”. El sujeto posmoderno, libre de los límites de la ley, se vuelve paradójicamente más esclavo: está dominado por la exigencia de rendimiento, consumo y autoexplotación.
El autor ubica aquí un giro fundamental del psicoanálisis contemporáneo: el síntoma ya no es el retorno de lo reprimido, sino el efecto del vacío que deja la ausencia de represión. En lugar de deseo, hay compulsión; en lugar de inconsciente, hay saturación de estímulos. Esta lectura convierte al “hombre sin inconsciente” en una figura emblemática del neoliberalismo: productiva, flexible y permanentemente conectada, pero desconectada de sí misma.

Nueva etapa México-Francia
Recalcati retoma la teoría lacaniana de los cuatro discursos (amo, histérica, universitario y analítico) para proponer un quinto: el discurso capitalista. Este nuevo discurso rompe el lazo simbólico, disuelve la falta estructural del sujeto y promete una satisfacción. Si en el psicoanálisis el deseo se funda en la falta, el capitalismo promete llenar toda falta mediante objetos de consumo, entretenimiento o tecnología.
En este sentido, el hombre sin inconsciente no ignora su deseo: lo ha sustituido por el goce inmediato. Vive en una lógica de exceso y de sujeto consumidor, incapaz de sostener la pregunta por el sentido. El sujeto moderno que analizaba Freud, culpable, dividido y neurótico, ha dado paso a un sujeto que se percibe transparente, autoafirmado, pero vaciado de interioridad.
El autor no se limita a un diagnóstico sociológico: advierte que esta mutación tiene consecuencias clínicas. Surgen nuevas patologías, adicciones, depresiones, anorexias, burnout, que no se explican por la represión, sino por el agotamiento del deseo. Son síntomas del vacío contemporáneo, del intento fallido por responder al mandato de gozar siempre.
Otro eje central del libro es la crisis de la función paterna. En la modernidad clásica, el padre era garante del orden simbólico y de la transmisión del deseo; en la actualidad, esa figura se ha derrumbado. El “padre muerto” deja un espacio sin referencias, en el que proliferan nuevas formas de autoridad: la técnica, el mercado, la imagen.
Recalcati sostiene que no se trata de añorar el retorno del padre autoritario, sino de reinventar una función simbólica que restituya el límite y la transmisión. Sin esa mediación, el sujeto queda expuesto a la pulsión sin forma, al goce sin ley. Esta lectura conecta con la pedagogía y la política: vivimos en sociedades que han perdido la posibilidad de transmitir el deseo, sustituyéndolo por el imperativo del éxito o la eficiencia.
Frente a este panorama, Recalcati propone una defensa del psicoanálisis como práctica de resistencia. Su tarea no es curar ni adaptar al sujeto al sistema, sino devolverle la palabra, la pregunta y el vacío como lugar de creación. El inconsciente, en esta perspectiva, no es una enfermedad ni un residuo del pasado, sino la posibilidad de escapar a la lógica totalizadora del mercado.
Recalcati rescata la dimensión ética del deseo: sólo quien acepta la falta puede construir una vida singular. En una cultura que ofrece respuestas rápidas y objetos de satisfacción inmediata, el analista es quien recuerda que el deseo no se compra ni se fabrica. En esto radica la potencia política del psicoanálisis: sostener el espacio del no saber, de la pausa, de la pregunta.

