El segundo largometraje de la directora coreano-canadiense Celine Song, Materialistas, resulta decepcionante después de su gran debut con Vidas pasadas. Aunque esta columna no se trata de apreciaciones cinematográficas, debo decir que coincido con Iván Zgaib cuando escribe que se trata de una película disecada, de una literalidad que intenta, sin éxito, distanciarse de la comedia romántica para criticarla. La dirección de actores es tan rígida que una acaba imaginando que todos se aburrieron muchísimo al actuarla. (https://www.conlosojosabiertos.com/materialists/)
La conversación que se deriva de la película, sin embargo, es más interesante. Muchos la han criticado por idealizar la precariedad masculina: la idea de que el amor todo lo puede, incluso superar la pobreza. Song ha respondido lo que ya sabemos: que la pobreza no es culpa de los pobres, sino de la desigualdad estructural que domina al mundo entero. En redes, algunos la han descrito como propaganda para el hombre sin dinero, lo que la convierte, para ciertos espectadores, en una especie de película de terror.
Que el dominio del dinero se ha puesto por encima de la conexión humana es algo de lo que habló Bell Hooks en Todo sobre el amor: “Cuando la codicia y el materialismo se desbocan, la deshumanización se vuelve aceptable”. Esa es también la premisa de Materialistas, solo que expuesta de forma menos interesante que en el libro de Hooks. La dicotomía irreconciliable entre materialismo y amor termina por darle a la película un tono panfletario, también muy poco interesante.

Duarte queda preso
Christopher Bollas ha escrito que la cultura contemporánea produce un yo normativo, una versión de uno mismo que vive la vida que otros esperan: el amor se vuelve una actuación, una forma de pertenecer a la escena social.
La existencia de casamenteras en el mundo de la alta sociedad neoyorquina parece un derivado del fracaso de las apps de citas, que perdieron el brillo y el valor de mercado que tuvieron hace una década. La mercantilización y la cosificación de las personas se traduce en un catálogo de estaturas, peso, edad, ingresos anuales, hobbies. Los hombres en Materialistas quieren mujeres de no más de 30 años, delgadas y guapas. Ellas los quieren altos, delgados, con cabello y con dinero.
Quizá la premisa más sugerente de la película sea la idea de que el valor personal está determinado por la posición en el mercado. Gente de igual educación, belleza y nivel económico tendría que terminar casándose. Casarse sería pues, la transacción última en este mercado. Bollas diría que esa estandarización del deseo es un intento desesperado por llenar con objetos, personas, dinero y prestigio, la imposibilidad de habitar una vida emocional propia.
No hay duda de que detrás de la decisión de casarse, pesan expectativas sociales internalizadas como si se tratara del momento cumbre de la adultez. Parece que vivimos dentro de narrativas que no hemos elegido, pero que repetimos como si fueran nuestras.
Materialistas resulta ser, al final, lo que pretende criticar: una comedia romántica que le da gusto al público.
Valeria VillaDinero y amor

