El 31 de enero de 1824, el Congreso Constituyente lanzó un manifiesto al pueblo de México, en el que planteaba con una claridad impresionante cuáles eran las oportunidades y los retos que enfrentaba la joven nación en ese momento.
Este documento, que merece ocupar un lugar central en nuestra historia, fue firmado el mismo día en el que se promulgó el Acta Constitutiva de 1824, que declaraba que México se conformaba como una república representativa federal (Artículo 5º). No está de más subrayar que, en 2025, México sigue siendo una república representativa federal, por lo que el estudio de los principios y los ideales de aquella Acta Constitutiva nos permite conocer mejor el origen de nuestra forma actual de gobierno.
El manifiesto comienza con una breve historia de los sucesos más recientes de la historia de México. Condenaba a la dominación colonial por haber sumido al país en la servidumbre, la pobreza y la ignorancia. Destacaba el significado del grito de Dolores del 16 de septiembre de 1810 como el comienzo de la lucha por la libertad, pero también reconocía al Plan de Iguala de 1821 como la causa eficiente de la independencia nacional. Sin embargo, condena duramente a Iturbide por haberse convertido en un déspota que pretendió reinar por encima del Congreso, es decir, de la voluntad popular. La abdicación de Iturbide el 1 de febrero de 1923, por efecto del triunfo de la revolución del Plan de Casa Mata generó un periodo de inestabilidad muy grande en el país. México pasó de ser una monarquía a una república, pero no había un acuerdo acerca de qué tipo de gobierno se adoptaría en lo sucesivo. El Acta Constitutiva de 1824, antecedente inmediato de la Constitución promulgada el 4 de octubre de ese mismo año, fue el pacto nacional con el que comenzó esa nueva etapa de la historia de México. El país se conformó como una federación de 19 estados y dos territorios, con un sistema de gobierno dividido en tres poderes, el Ejecutivo, el Legislativo (con dos cámaras) y el Judicial.

Ahora sí, a transparentar concesiones
El salto que había dado el país de pasar, en muy pocos años, de ser un virreinato, a ser un imperio y, luego, una república federal había sido vertiginoso. Los diputados eran conscientes de ello y, por lo mismo, pedían a los mexicanos que dejaran atrás las polémicas entre los centralistas y los federalistas para asumir el Acta Constitutiva como el punto de partida sobre el cual pudieran construir la nueva patria. Cito el manifiesto: “Ya tenemos una forma de gobierno, que la nación ha pedido en una actitud decisiva, y por tanto no puede atacarse sin cometer un crimen: todos los hombres que aman la patria y la libertad deben reunirse bajo este estandarte nacional y formar una masa compacta y homogénea”.
Los constituyentes reconocían haberse inspirado en el sistema político de Estados Unidos, pero pedían a sus compatriotas que fueran prudentes a la hora de imitar a nuestros vecinos del norte. Nuestra situación, comparada con la de ellos, era más difícil. Por lo mismo, una vez que la república había adoptado una forma de gobierno, se debía trabajar en todo el país y en cada uno de sus rincones para que se formara un espíritu público que pusiera un límite a las exigencias de los Estados, a los intereses de los grupos y a las pretensiones personales. De no lograrse lo anterior, el peligro que se corría era la anarquía, la sucesión de una revolución tras otra, la corrupción y, a fin de cuentas, la vuelta a la esclavitud.
Acaba así el manifiesto: “He aquí mexicanos, la crisis en la que os halláis, los males que pueden caer sobre vuestras cabezas, y el extremo al que podéis ser conducidos. (…) en vuestras manos está la vida o la muerte, la gloria o la ignominia, la prosperidad o la desolación, la esclavitud o la libertad. Éstos son los momentos críticos en los que ha de decidirse, si habéis de ser una nación grande y respetable o una colonia despreciable de siervos inmorales y corrompidos”.
Las palabras contundentes de nuestros constituyentes siguen resonando el día de hoy igual que hace 201 años.

