Los jóvenes ya aprendieron a derribar gobiernos. Ésa es la frase, la advertencia y la constatación que dejó Nepal: en menos de 24 horas, miles de jóvenes organizados desde sus teléfonos colapsaron un gobierno que intentó censurarlos.
Pero pensar que se trata sólo de marchas de la “Generación Z” sería un error. Lo que vemos hoy es una ola global de activismo juvenil (a veces explícitamente generacional, a veces no), que funciona como un sismógrafo capaz de detectar primero las fallas profundas de cada país.
La etiqueta “Generación Z” se ha vuelto una forma rápida de agrupar movimientos muy distintos, pero sirve como brújula. Desde el Himalaya hasta el Cono Sur, jóvenes que crecieron bajo promesas de cambio, movilidad social y políticos que acabarían con la corrupción descubrieron que las viejas estructuras siguen vivas. La misma gasolina que en su momento alimentó al discurso populista ahora aviva la protesta contra esos mismos gobiernos, ya desgastados o incapaces de cumplir.

Reconocimiento al Ejército
Ahí está Madagascar, donde jóvenes educados entre 18 y 28 años, hartos de apagones, escasez de agua y corrupción, llevan meses exigiendo la caída del presidente. Las protestas han dejado muertos, detenidos y amenazas, pero la movilización no cesa. En Serbia, el detonante fue el derrumbe del techo de una estación de tren. Dieciséis muertos, un encubrimiento oficial y un país paralizado por más de un año gracias a protestas que crecieron de campus universitarios a plazas y carreteras. Su grito, “pumpaj” o “súbele el volumen”, terminó contagiando incluso a sectores tradicionalmente apáticos. Y aún con la represión del presidente Vucic, los jóvenes no se replegaron: aprendieron a resistir. En Marruecos, TikTok y Discord funcionan como centros de organización donde la llamada Generación 212 (el código internacional para llamar al país) exige hospitales en vez de estadios de futbol para el Mundial 2030. En Paraguay, las marchas contra la corrupción adoptaron el lema “somos el 99.9%”, mientras en Perú jóvenes cuestionan la legitimidad del gobierno, la reforma de pensiones y la desigualdad persistente.
En muchos casos aparece un símbolo compartido: la bandera pirata del histórico anime One Piece, donde la rebelión contra el Gobierno Mundial y su corrupción son la inspiración. El símbolo aumentó su poder por el caso de éxito en Nepal, donde sumado al hashtag #NepoBabies sirvió para denunciar el nepotismo de las élites políticas que paseaban a sus hijos por Dubái mientras el país ardía y estaba sumido en la pobreza. Que se lograra la caída del gobierno y el ascenso de una jueza anticorrupción fueron una señal poderosa. Pero también hay derrotas. Hong Kong fue quizás el laboratorio más dramático: un movimiento juvenil brillante, creativo y masivo que terminó aplastado por el aparato represor chino. Ese fracaso recuerda que no basta con movilizarse: la estructura del Estado importa y mucho.
Así como el populismo parece igual pero se expresa distinto país por país, las protestas de la “Generación Z” comparten lenguajes, redes sociales, símbolos, humor y hartazgo, pero cada caso responde a condiciones históricas específicas. Los ciclos generacionales existen, pero nunca se repiten al pie de la letra. Finalmente, ningún gobierno responde con serenidad a una juventud que lo cuestiona. Siempre llega el intento de desacreditación. Y sí, habrá oportunistas dispuestos a aprovechar la energía juvenil. Pero la inconformidad es real. No es una moda. Y cuando logra desbordar su generación, puede inspirar a toda la sociedad.

