En el inventario del universo cualquier cosa es algo, pero pocas también son alguien: las personas. Por lo mismo hablar de alguien como si fuera algo equivale a cosificarlo, es decir, a degradarlo ontológicamente. ¿Qué pasa cuando hablamos de algo como si fuera un alguien? En este caso, lo que hacemos es personalizar una cosa, lo que equivale a ascenderla de categoría. Eso es lo que se hace cuando hablamos de un animal o una máquina como si fuera alguien.
Tal parece que hoy en día no se ve mal eso de personalizar a lo que no es persona, sobre todo si es una mascota, aunque se sigue viendo mal, por lo que alcanzo a ver, cosificar a una persona. Estas consideraciones no son ociosas. La diferencia categorial entre cosas y personas, entre aquello de lo que hablamos con el pronombre “algo” y aquello de lo que hablamos con el pronombre “alguien” es una de las distinciones que se encuentran en la parte más honda de nuestro esquema conceptual.
Se podría responder que tanta precaución con los pronombres no viene al caso. Los diccionarios todavía recogen una acepción de la palabra “alguien” que consiste en ser una persona importante, de peso, de valor. De esa manera “querer ser alguien” es querer ser una persona con esas características. Obsérvese cómo este uso de “alguien” no sólo distingue a los seres humanos de los animales y las cosas, sino a algunos seres humanos de otros.

Ahora sí, a transparentar concesiones
En el Siglo de Oro, en la obra de Baltasar Gracián, por ejemplo, se distinguía a quienes eran alguien de quienes no lo eran con una acepción de la noción de persona. Aspirar a ser alguien, desde este punto de vista, era aspirar a convertirse en persona sólida, de ralea. Este uso restringido del concepto de persona se halla en desuso. Lo que hoy diríamos, de manera democrática, es que uno puede ser persona sin ser alguien de importancia.
No obstante, ha quedado en el uso del lenguaje —aunque quizá también en desuso— un sentido equivalente de nadie que le resta dignidad a alguien de poca importancia. Todavía se escucha aquello de que Fulano es un Don Nadie. Es patente que llamarle nadie a alguien es una ofensa.
De la misma manera, también se habla de ningunear a alguien. En este caso, se ignora a alguien como si fuera una nada, pero, en otras ocasiones, se le trata como si fuera nadie, es decir, como algo que no califica como un alguien. En El laberinto de la soledad, Octavio Paz cuenta que en una ocasión estaba durmiendo en una casa de pueblo cuando lo despertó un ruido en el pasillo. Alarmado, gritó: ¿Quién anda allí? La sirvienta indígena respondió: “Nadie señor. Soy yo”. A ese grado la pobre mujer había internalizado su denigración.

