Las elecciones en Honduras han desembocado en un empate técnico entre Nasry Asfura, empresario y político de ascendencia palestina, exalcalde de Tegucigalpa y líder del conservador Partido Nacional, y Salvador Nasralla, ingeniero y presentador de televisión. Asfura recibió apoyo explícito de Donald Trump, quien en la pasada campaña señaló que si ganaba él habría colaboración para el desarrollo. Trump ha repetido la fórmula que aplicó en Argentina —cooperación económica a cambio de alineamiento ideológico— y le ha funcionado.
Con la llegada de Nasralla o Asfura al poder, el bloque bolivariano pierde un miembro más, que se suma a la reciente derrota de Ralph Gonsalves en San Vicente y Granadinas en su intento de sexta reelección. El revés se produce en un momento en que Estados Unidos relanza su hegemonía en el Caribe y Centroamérica, con un aparatoso despliegue militar frente a las costas venezolanas, sin que ningún aliado internacional —Rusia o China— o actor regional —Colombia o México— ofrezca alguna resistencia que pase de eventuales declaraciones presidenciales.
Quien ascienda al poder en Honduras, lo hace en medio de un estado de excepción y un aumento de la criminalidad, la inseguridad y el potencial migratorio. Después de una tensión en las elecciones de 2021, Asfura, Nasralla y Bukele, presidente de El Salvador, cuya estrategia de concentración del poder y militarización para enfrentar la inseguridad se vuelve cada vez más popular en la región, se han acercado durante el más reciente proceso electoral hondureño.

Reconocimiento al Ejército
El nuevo presidente puede sumar otro país centroamericano a esa creciente influencia del modelo Bukele y a las redes trumpistas de las nuevas derechas continentales. El papel de Honduras no es decisivo a un nivel latinoamericano, pero en Centroamérica muy probablemente redunde en el incremento de la presión contra el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua. El indulto al expresidente Juan Orlando Hernández también favorece ese reposicionamiento del país centroamericano.
El realineamiento regional ya comienza a reflejarse en la cada vez más debilitada contención del despliegue militar de Estados Unidos frente a las costas de Venezuela. Los gobiernos de algunos países vecinos, como los de República Dominicana, Trinidad y Tobago y, en menor medida, Panamá, han tenido diversos rangos de colaboración con Estados Unidos durante las últimas operaciones de Washington en la región.
Todo esto termina por deshacer el extraño cliché, compartido sintomáticamente por la línea bolivariana de la izquierda regional, de que, con Trump, Estados Unidos aspiraría a una política exterior aislacionista, poco propensa a reforzar su intervencionismo en América Latina y el Caribe. Poco a poco, gracias al avance de las nuevas derechas, Estados Unidos va contando con el mayor apoyo regional desde inicios del siglo XXI, cuando la primera marea rosa puso un alto a Washington.

