BAJO SOSPECHA

Los espías de Putin en México

Bibiana Belsasso. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

El periódico The New York Times publicó en su portada un reportaje especial sobre la expansión de redes de espionaje ruso en México. Es un tema que ya venían trabajando las autoridades estadounidenses y compartido con las mexicanas, pero aquí no les hicieron mucho caso.

Los círculos de inteligencia de Estados Unidos, desde hace años, venían alertando discretamente a las autoridades de nuestro país sobre la presencia creciente de agentes del Kremlin operando desde México.

Sin embargo, lo que detonó alarma al más alto nivel fue que, pese a recibir de la CIA una lista con más de dos decenas de nombres de espías rusos identificados, muchos de ellos haciéndose pasar por diplomáticos en nuestro país, no fueron expulsados de México. La advertencia quedó archivada, y los agentes rusos siguieron operando.

El NYT describe una operación sofisticada, diseñada con precisión quirúrgica por Moscú, que aprovecha algo que Putin entiende mejor que nadie: la geografía es poder, y Putin quiere tener presencia en América Latina, sobre todo en México, por el hecho de ser vecinos de EU.

Y es que son millones de estadounidenses cruzando la frontera o viajando a destinos de playa en nuestro país, y esto es una plataforma ideal para el espionaje ruso. No se trata de una presencia incidental; es una estrategia hecha por Rusia. La forma de operar de estos espías es distinta a la de los antiguos; ahora buscan entornos mucho más cotidianos.

Según fuentes estadounidenses citadas por el NYT, agentes rusos vuelan desde ciudades de EU a Cancún, Los Cabos o Puerto Vallarta y se hacen pasar por cualquier turista. Ahí, entre hoteles, bares y playas, tienen encuentros con informantes que les entregan información adquirida dentro de territorio estadounidense.

Y, según explica el rotativo, ese tránsito entre Estados Unidos, México y Rusia complica el trabajo de la contrainteligencia estadounidense. Al operar fuera de su territorio, los espías logran eludir sistemas de vigilancia que, dentro de EU, son infinitamente más estrictos.

México funciona como un “cuarto intermedio”, un punto de transferencia donde los operativos del Kremlin pueden reunirse, intercambiar datos encriptados y regresar sin llamar la atención.

El reportaje señala que algunos de los agentes rusos “más hábiles” están afincados en la capital mexicana. No es casualidad. Durante la Guerra Fría, México ya era conocido como la “Viena de Latinoamérica”, un terreno de juego para espías de diversas potencias. En la época entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, decenas de espías nazis se instalaron en México. La idea era preocupar a Estados Unidos en su frontera sur y que no se metieran a la guerra en Europa.

INFILTRADO

El presidente ruso, al asistir a un foro internacional en Moscú, el 2 de diciembre ı Foto: AP

Hoy, en el contexto de la guerra en Ucrania, Moscú volvió a ver en la Ciudad de México un punto estratégico para recabar inteligencia política, económica y militar sobre Estados Unidos. La invasión rusa en 2022 cambió las reglas: Washington necesitaba blindarse; el Kremlin necesitaba información, mientras México, con un gobierno que ha adoptado una postura distante hacia los intereses de Estados Unidos, se convirtió en un lugar ideal para instalar operaciones discretas.

Hay otro tema central: Rusia no sólo despliega agentes; despliega narrativas. Autoridades de Estados Unidos, Reino Unido y Francia han señalado su preocupación por el incremento de campañas de desinformación originadas desde México. Bots y cuentas automatizadas impulsan mensajes que buscan deteriorar la imagen de Estados Unidos y Europa, y amplificar tensiones políticas internas. Y también apoyan para sembrar narrativas y posicionar mensajes de la política interna de México.

Es la nueva cara del espionaje ruso: una combinación de inteligencia clásica y guerra informativa digital.

A Estados Unidos le preocupa que, ante esta situación, hay una falta de reacción por parte de los últimos dos gobiernos mexicanos; y es inminente.

La administración de Andrés Manuel López Obrador desestimó las advertencias calificándolas de “paranoia”. Y según el New York Times, el gobierno actual adoptó una postura similar.

Ante la presión diplomática, México aceptó permitir que funcionarios estadounidenses dieran opinión sobre nuevas solicitudes de credenciales diplomáticas por parte de personal ruso. Desde entonces, algunas fueron rechazadas. Pero los espías ya instalados en México nunca fueron expulsados.

Putin tiene obsesión por sus “ilegales”, que son agentes con identidades falsas infiltrados en diversos países. La idea de que varios operan desde México encaja con su visión del mundo: un líder aislado, desconfiado, que considera el espionaje como herramienta esencial del poder ruso.

Para el Kremlin, México no es sólo un país vecino de Estados Unidos; es una plataforma privilegiada para obtener inteligencia y proyectar influencia.

Por eso el reportaje del New York Times trascendió: reveló no sólo la presencia de espías rusos en México, sino la incapacidad o falta de voluntad del Gobierno mexicano para contenerlos. Y esa combinación, para la seguridad nacional estadounidense, es explosiva.

Y es que la obsesión de Vladimir Putin por el espionaje global no es un secreto: para el presidente ruso, tener “ojos y oídos” en todo el mundo es una extensión natural del poder del Estado.

La tradición soviética de inteligencia, formulada desde la Segunda Guerra Mundial por figuras como George Kennan al describir al “Estado de inteligencia”, sigue más vigente que nunca en la Rusia contemporánea. Hoy, el 80% de quienes trabajan en el gobierno provienen del aparato de seguridad; Rusia no sólo heredó la cultura del espionaje: la convirtió en el eje de su sistema político.

Los llamados ilegales rusos, agentes infiltrados con identidades falsas, son los más reconocidos en el mundo. Putin los admira, los protege y los usa como herramientas clave.

Para Putin, estos agentes son “joyas”. En su oficina llegó a tener un mapa con pines señalando la ubicación de cada espía ilegal desplegado. Ese nivel de control revela hasta qué punto el espionaje es parte esencial del Estado ruso.

En otro tema, y que también tiene preocupadas a las autoridades de seguridad estadounidenses, China ha imitado este modelo espía.

Su Ley de Seguridad Nacional está inspirada en la rusa; su visión del control interno y del espionaje externo se alimenta del éxito operativo de Moscú. El interés chino por emular a Putin no es casual: Xi Jinping lo admira y ve en él a un líder que combina propaganda, coerción y vigilancia con enorme eficacia. Aun así, entre ambos países persiste una profunda desconfianza. Rusia depende más que nunca de China, pero los rusos, históricamente, miran por encima del hombro a los chinos.

Putin ve este momento como su oportunidad histórica y mesiánica para reconstruir la Rusia imperial. Mientras tanto, su maquinaria de propaganda, heredera del KGB y hoy digitalizada a través de bots, continúa moldeando narrativas en todo el mundo.

Y para eso necesita a sus espías en América Latina, y evidentemente, en México.

Temas: