Hace una semana el mundo quedó sorprendido ante uno de esos discursos que quedarán registrados en la historia. Se trató del mensaje pronunciado en el Ayuntamiento de Oslo, en ocasión de la entrega del Premio Nobel de la Paz 2025 a María Corina Machado.
Como se sabe, Machado ha tenido que vivir en la clandestinidad hace ya algún tiempo, desde que se incrementó la atroz persecución contra ella por parte del régimen del dictador Nicolás Maduro, por ser el principal referente de la oposición venezolana tras el activismo mostrado antes, durante y después de la elección presidencial del 28 de julio de 2024, en la que resultó ganador Edmundo González, ante lo cual el régimen recurrió al fraude electoral más burdo y descarado.
Dado el asedio de la tiranía de Maduro, llevar a cabo un operativo logístico para asegurar que María Corina saliera de Venezuela y llegara con bien a Oslo fue literalmente de película. Ante la imposibilidad de llegar a tiempo a la hora establecida para la ceremonia de premiación, Ana Corina Sosa Machado, hija de María Corina, realizó la lectura del hoy célebre discurso. Con enorme solvencia, autoridad y carisma, Ana Corina emocionó a la audiencia de todo el mundo dando voz a su madre. Acorde a la ocasión y con los reflectores del planeta atentos a la celebración, se trató de una pieza de oratoria cuidada, perfecta. Como lo señala Luis Espino en Letras Libres, combinó en dosis justas la triada clásica de la persuasión: razón, emoción y autoridad.
Más que colocarse en el fácil lugar del victimismo, el discurso de Machado es de una enorme potencia, porque no habla desde el resentimiento: ofrece una cruda descripción de la opresión del régimen chavista, la destrucción de las instituciones de la democracia venezolana —en perjuicio de una sociedad que sigue pagando muy caro el insostenible régimen autoritario— y la simbiosis de éste con organizaciones criminales. Pero Machado habla desde el amor y la esperanza de reunir a las familias —la diáspora venezolana, una de las más crueles expresiones de la atroz dictadura— y un poderoso mensaje: si se quiere la democracia, hay que luchar siempre por la libertad.
Es, desde luego, un reflejo en donde deben mirarse todas aquellas naciones, como la nuestra, cuyas democracias navegan hacia la deriva autoritaria, muchas veces dándose cuenta de lo frágiles que eran las instituciones hasta cuando ya es demasiado tarde.
Esa jornada heroica en la capital noruega se vio coronada con la aparición de Machado en el balcón del hotel sede y la efusiva respuesta masiva de apoyo en las calles.
Cajón de sastre
Ya que estamos refiriéndonos a mujeres valientes que han destinado su vida profesional a trabajar por las mejores causas de la democracia, es justo mencionar la inadmisible persecución política contra María Amparo Casar. Se trata, es bien sabido, de una de las voces con mayor credibilidad y autoridad moral en la denuncia pública de casos de corrupción —a través de la organización Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad—, no sólo de los gobiernos del obradorato, sino también de todos los otros partidos. La reactivación del caso por la Fiscalía General de la República no puede tener otra lógica que la de amedrentar a los liderazgos ciudadanos y a las voces críticas del régimen. Me sumo a la enorme ola de solidaridad que se ha manifestado exigiendo el respeto a los derechos de María Amparo y condenando la persecución político-judicial a la que se le quiere someter.