Como cada año, presento al lector la lista de quienes —en mi opinión— representan a los héroes de este año. Este 2025 no fue un año de héroes triunfales, de caudillos ni líderes carismáticos. Fue, más bien, un año de heroínas. No de las que vencen, sino de las que resisten sin garantías: de quienes sostienen algo humano cuando el mundo parece empeñado en lo contrario.
Pienso, primero, en María Corina Machado. Su nombre aparece con frecuencia en titulares, pero rara vez se repara en el tipo de heroísmo que encarna. No es el de la conquista del poder —que le ha sido sistemáticamente negado—, sino el de la insistencia moral. En un contexto autoritario, donde la política se reduce a simulacro o a coerción, Machado ha sostenido la idea de que la voz ciudadana importa incluso cuando no hay condiciones para que sea escuchada. Su liderazgo no ha ofrecido consuelo fácil ni promesas inmediatas, sino una forma de dignidad cívica que se rehúsa a desaparecer.
El segundo rostro del heroísmo femenino en 2025 es más difícil de nombrar, porque no tiene un sólo nombre ni una sola bandera. Pienso en las mujeres que atravesaron la guerra entre Israel y Gaza: madres, hijas, médicas, periodistas, cuidadoras. Mujeres situadas en bandos opuestos, con historias políticas distintas, incluso incompatibles, pero unidas por una experiencia común: la guerra vivida desde el cuerpo.

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En los conflictos armados, el heroísmo suele narrarse en clave masculina: estrategias, victorias, derrotas, territorio. Sin embargo, la guerra se sostiene —y se padece— de otra manera. En hospitales improvisados, en la despedida de hijos enviados a la guerra, en desplazamientos forzados, en la gestión cotidiana del miedo. Ahí, el heroísmo consiste en seguir cuidando cuando todo alrededor empuja a la barbarie. Se trata de un heroísmo discreto, ambiguo, a veces silencioso.
El tercer grupo de heroínas del año está más cerca, pero no por ello resulta más visible: las madres buscadoras mexicanas. Ellas no combaten ejércitos ni disputan elecciones. Hacen algo aún más incómodo: exponen el fracaso estructural del Estado. Buscan a sus hijas e hijos desaparecidos, a veces con cucharas, palas, varillas, mapas improvisados y una perseverancia que no debería ser necesaria en una democracia. Su heroísmo está en la búsqueda y en la negativa a aceptar la normalización de la ausencia. Donde las instituciones fallan, ellas mantienen viva la pregunta por la justicia.
Hay algo que une a estas tres figuras —tan distintas entre sí— y que explica por qué las incluí en la lista de 2025. Ninguna actúa desde una posición de poder pleno. Ninguna tiene garantías de éxito. Todas operan en contextos adversos: autoritarismo, guerra, violencia estructural.
Algo parece haber cambiado en nuestras coordenadas morales. El heroísmo contemporáneo ya no se mide por la capacidad de ganar, sino por la de no ceder en lo fundamental: la dignidad, la verdad, el cuidado y la memoria.
Reconocerlas no es un gesto de admiración sentimental, sino un ejercicio de responsabilidad: nos obligan a preguntarnos qué estamos dispuestos a sostener cuando el costo es alto y no hay aplausos, ni recompensas, ni garantías.

