La revolución en el siglo XXI

La revolución en el siglo XXI
Por:
  • armando_chaguaceda

A tres décadas de celebrar la expansión mundial del reformismo —con sus elecciones liberales, su integración comercial, su gobernanza democrática y sus políticas públicas— como forma de integración al orden globalizado, las naciones del orbe redefinen sus mecanismos transformativos. Ciclos de protesta de rápido contagio transcontinental, emergencia de populismos de ideología diversa —y hasta ausente—, reclamos de redefinición radical de los modos de coexistencia entre países y sociedades. Lo revolucionario aparece, en las calles y en la opinión pública, como un espectro que asusta y convoca.

Pero ¿de qué estamos hablando, cuando de revolución se trata, en el siglo XXI? ¿Todos los movimientos de protesta que sacuden hoy las plazas del mundo son revolucionarios? Si coincidimos con Charles Tilly y otros autores, que una revolución política supone el proceso de sustitución de una élite y un régimen por otros, mediante movilizaciones masivas, radicales, violentas y rápidas, entonces podríamos estar asistiendo, en algunas partes del mundo, a tiempos revolucionarios. Pero si partimos de una visión que entiende a las revoluciones contemporáneas como transformaciones socioeconómicas de superación del capitalismo ¿encajan aquí los reclamos mayoritarios de los protestantes globales?

Parece que las revoluciones de este arranque del siglo XXI serán más definibles por su contenido sociopolítico —repudio a despotismos, anhelos republicanos, demandas de justicia y equidad— que por un contenido per se anticapitalista. Una cosa (buena) es que la gente busque cambios dentro de diferentes tipos de capitalismo: de un capitalismo salvaje a otro regulado, de uno autoritario a otro democrático, de un liberalismo oligárquico a un Estado de Bienestar con ciudadanía plena, etc. Pero el modo de producción, a escala global, no parece estar en disputa. Podríamos incluso argumentar, con desesperanza, que la lógica del mercado total agotará las bases de sustentabilidad de la civilización, de la vida misma. Eso no significa que, internacionalmente y con Asia como vanguardia, no haya sociedades moviéndose ahora con entusiasmo rumbo a la búsqueda del productivismo y el consumismo de masas. Podremos, incluso, morir en medio del caos, bajo las banderas del capitalismo. Pero, como ha dicho Branko Milánovic: el capitalismo está en su apogeo, la política es la que está en crisis.

Además, cualquier reivindicación anticapitalista de las revoluciones por venir deberá hacer balance de los regímenes posrevolucionarios del siglo pasado. En especial de los erigidos según el canon leninista. Tanto de su funcionamiento como su desenlace. En el primer sentido ¿cómo caracterizar las relaciones entre los regímenes posrevolucionarios y el orden internacional, partiendo de la presencia de agenda de realpolitik en los primeros, desde epocas tempranas? En la Rusia bolchevique, por ejemplo, ¿los afanes de seguridad nacional e influencia global estatal no suplantaron desde temprano las promesas de ayuda a la emancipación mundial de los trabajadores? Asimismo, la Guerra ruso-polaca —de la que conmemoramos ahora un siglo— ¿no fue el enfrentamiento de una lucha por la consolidación de la independencia nacional y la expansión del Estado bolchevique? En segundo orden, si en 1989 se vinieron abajo un poder hegemónico (URSS), un  sistema político (leninista) y un modo de producción (economía centralmente planificada) ¿no sería ésa la prueba de la diversidad de referentes y contenidos del fenómeno revolucionario? Una vez más, la realidad es más rica que los dogmas y las utopías; incluso en esta era de contagio y fake news.