Populismo: doxa y politiké

Populismo: doxa y politiké
Por:
  • armando_chaguaceda

Los cambios globales actualizan hoy el debate sobre el populismo. En su seno, la obra reciente de Chantal Mouffe (Por un populismo de izquierda, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2018) puede ser leída a partir de dos registros. Por un lado, es atendible su propuesta de una democracia agonista, capaz de sacudir el letargo pospolítico en las poliarquías, expandiendo la agencia ciudadana allende los formatos tradicionales. Por el otro, resulta debatible la idea de un populismo de izquierda —capaz de abrir paso a una democracia radicalizada— inmunizado contra la deriva autoritaria del populismo de derecha.

Mouffe alerta que la crisis neoliberal puede derivar “hacia gobiernos más autoritarios que van a restringir la democracia y ése es el caso en que gane el populismo de derecha”. Por lo que propone defender la democracia mediante “partidos de izquierda que van a llevar una lucha contra-hegemónica, a contestar el intento neoliberal de destruir las instituciones centrales del Estado de Bienestar y la privatización de la vida social en su conjunto”. De lo que se deduce que la autora no contempla la posibilidad de que el populismo de izquierdas derive en rasgos autocráticos o expropie biopolíticamente los medios de vida de su población. Al respecto —y de forma trágica— la historia reciente de Latinoamérica le ha negado la razón.

Entendido mouffeanamente como demarcación de fronteras y construcción de identidades sociopolíticas que articulan sujetos y demandas preteridos, el populismo no es, per se, emancipador o tiránico. Entonces ¿cómo es posible que se decrete, a priori, la democraticidad de una de sus variantes? Además, si tras reconocer, movilizar e incorporar políticamente (desde arriba) a los sectores excluidos, el populismo siempre transita institucionalmente a algún régimen político de regresión autocrática o innovación democrática, ¿debemos evaluarlo por las promesas de sus pensadores, por su potencial socializador temprano o por el saldo de su obra gubernamental? Todo, sencillamente, debe probarse en la historia.

Partiendo de allí —y en sintonía con lo planteado por Emilio De Ipola y otros autores—, el populismo realmente existente en el siglo XXI latinoamericano —ese que inspira a la autora y es inspirado por ella— sobredeterminó el rol del líder personalista, fomentó una visión maniquea de la sociedad e impuso lo estatal unificado sobre lo popular diverso. Fue más antagonista a lo Schmitt que agonista a lo Mouffe. Una teoría como la de esta última, ambiciosa en sus implicaciones de incidencia pública, no es cívicamente sostenible si no aporta un análisis sobre las realizaciones concretas —en los Derechos Humanos, las políticas públicas y el desarrollo social— de populismos, como el venezolano. Responsable del desplome socioeconómico, la crisis humanitaria y la deriva autocrática más graves sufridos, en tiempo de paz y pese a la abundancia petrolera, por una nación de Occidente.

El populismo de izquierda de Mouffe es, formalmente, compatible con la existencia de las instituciones y derechos básicos de una república liberal de masas. También con movimientos sociales autónomos y descentralizados. Sin embargo, en cuanto a estos rubros, los liderazgos y procesos populistas latinoamericanos no dejan un saldo mayormente positivo. Ojalá revise la autora la distancia existente entre su doxa agonista y la politiké del populismo.