Pueblos

Pueblos
Por:
  • armando_chaguaceda

La invocación del pueblo es tema recurrente en los discursos de cualquier político, en especial aquellos identificados con la matriz populista. Asumido como sujeto unívoco y virtuoso, el pueblo es sustancia homogénea, mancillada y virtuosa, a la que el líder redimirá una vez conquistado el poder. Masa de maniobra a la que se moviliza, protege, provee e incluye, siempre desde la cúspide del Estado, frente a las maquinaciones de una oligarquía corrupta. Pueblo que encarna la nación, del mismo modo que los otros representan la antipatria. Pueblo para el que la política asumirá la naturaleza de una cruzada, dirigida por el caudillo, contra sus enemigos históricos.

Tal perspectiva, simplificadora y homogeneizante, no es privativa del discurso populista. También cierta narrativa liberal, hasta ayer dominante a escala global, invocó a una ciudadanía como sujeto privilegiado —y casi exclusivo— de las democracias. Las diferencias de clase, raza y género, entre otras, parecían invisibles para esa mirada política, mediática y académica. La cual dibujaba un ser predominantemente urbano, materialmente satisfecho, políticamente activo —en especial mediante el uso del voto y la opinión ilustrada— y, en buena medida, masculino. Un ser para el que la política se reduciría a elegir, en un mercado político, entre formas tecnocráticas de gestión de lo público.

En su vocación por simplificar la realidad, ambas perspectivas ocultan, entre muchos otros, dos asuntos fundamentales. El primero, que las sociedades contemporáneas —conducidas desde el Estado nación y alimentadas por distintos tipos de capitalismos— son intrínsecamente multiculturales, demográficamente diversas y clasistamente desiguales. El segundo, que la política democrática —incluso en los modos menos predadores de autoritarismo— no supone otra cosa que la canalización regulada y contingente —jamás el silenciamiento— del conflicto, factor constitutivo de lo social.

La realidad, más rica y tozuda que cualquier teoría, demuestra lo anterior. En Latinoamérica los pueblos originarios se enfrentan hoy a megaproyectos erigidos, de forma alterna, por gobiernos neoliberales y populistas, siempre en nombre del progreso social. En Europa, la ciudadanía liberal disputa las plazas a los populistas étnicos. En Asia, movilizaciones populares confrontan discursos religiosos impulsados en nombre de una identidad religiosa con tintes nacionalistas. Pueblos y ciudadanías diversas se cruzan y contraponen hoy por todo el orbe, en las urnas y las calles —y en ocasiones mediante las armas— en las banderías confrontadas de las disputas nacionales. Incluso, en aquellos movimientos de protesta trasnacionales que estremecen el mundo en este cierre de año, confluyen agendas e identidades concebidos de forma inclusiva y excluyente, capaces de cobijar o anular la otredad.

La humanidad no es monólogo sino coro, no es canto sino sinfonía. Repensarnos políticamente pasa por reconocer lo diverso como condición de nuestra existencia, en tanto pueblos, ciudadanías, personas. Y por encauzar agonistamente el conflicto, en torno a nuestras desigualdades corregibles, en vez de fomentar el antagonismo aniquilador.