La confianza perdida

La confianza perdida
Por:
  • bibiana_belsasso

El Presidente López Obrador sigue insistiendo en que la economía nacional está blindada, que existen reservas altas y apoyos financieros para que la economía resista la tormenta, convertida casi en tsunami, de la pandemia del coronavirus. Al mismo tiempo, la Bolsa cae a niveles históricos (como las otras alrededor del mundo); el dólar está ya en 24 pesos por unidad y el precio del petróleo está por debajo de los 20 dólares por barril. Y cada día se tienen que invertir dos mil millones de dólares en coberturas cambiarias que pese a todo no impiden la caída del peso ante el dólar.

En la conferencia mañanera, el Presidente enarbola estampas y amuletos que dice que son su “escudo protector”. En un giro extraño para un juarista convencido como el Presidente, proclama, estampa religiosa en mano, “detente enemigo, que Jesús está conmigo”… una consigna de los cristeros.

La Secretaría de Salud y otras dependencias hablan a toda hora de reducir los contactos personales, los abrazos, el dar la mano; piden mantener por lo menos un metro de distancia con otras personas en eventos más o menos públicos, y el fin de semana, el Presidente se da un baño de masas; con besos, abrazos y declaraciones, subestimando el peligro del coronavirus.

En la mañanera siguen todos los reporteros apretujados y el subsecretario López-Gatell, el científico encargado de controlar la crisis, dice que el jefe del Ejecutivo “es una fuerza moral, no de contagio” (sic). Apenas ayer, en la celebración de un nuevo aniversario de la expropiación petrolera, nuevamente el Presidente saludó a todo mundo de mano, abraza y parece ignorar el contexto en el que se mueve un primer mandatario ante una crisis sanitaria.

Y todo se hace conscientemente. Son ese tipo de cosas las que han dañado la confianza de la gente. Si vemos lo que está pasando son las empresas, las instituciones, la gente, las que se han adelantado a las medidas adoptadas por la autoridades. Cuando el Gobierno dice que no son necesarias medidas más duras y permite eventos como el Vive Latino, la gente hace compras de pánico, deja de salir de su casa; las empresas se han lanzando —las que pueden— al homeworking, y ya hay hospitales privados casi saturados con presuntos pacientes de Covid-19 que superan, en uno solo de ellos, a los reconocidos por las autoridades.

[caption id="attachment_1124560" align="alignnone" width="696"] Esta semana, la BMV ha reportado desplomes por 3.21% y 2.2% debido a la incertidumbre provocada el Covid-19.Foto: Especial[/caption]

La situación sanitaria y la económica no son insalvables, pero se necesitan dos cosas que no se están proporcionando: claridad y confianza. Se pueden argumentar “otros datos” cuando se habla de temas a debate, pero no cuando se caen la Bolsa, el petróleo y el peso. Digan lo que digan las autoridades, las personas y las empresas toman sus decisiones con base en los datos objetivos.

Para un programa económico anticíclico se necesita confianza en las autoridades, porque se tienen que tomar medidas, sobre todo fiscales, heterodoxas, que se debe asumir que son necesarias y de coyuntura. Pero en ese ámbito lo que se hace es exactamente lo contrario: se hacen declaraciones que no tienen asidero con la realidad, se niegan los datos que presentan públicamente los mercados, pero, además, en lugar de romper el ciclo que lleva a la recesión, se mantienen las políticas tradicionales. Los empresarios, los banqueros y los inversores están desconcertados y asustados.

Se dice que estamos coordinando políticas con Estados Unidos y Canadá y que no habrá cierre de fronteras al mismo tiempo que nuestros dos socios comerciales cierran entre sí sus propias fronteras, adoptan políticas antagónicas a las nuestras ante la pandemia; no sólo en temas sanitarios, sino también económicos, y el propio Trump dice que está analizando cerrar la frontera con México.

La confianza se gana en años y se pierde en minutos. Y la confianza en las autoridades se ha perdido, en las anteriores y en las actuales. Hubo, sin embargo, un largo periodo de confianza de los capitales y los inversionistas en una política económica que desde la crisis del 94-95, supo mantenerse, durante cuatro sexenios, en una línea de alta confiabilidad y seguridad jurídica. Esa confianza que era inalterable y que permitió sortear la crisis de 2008-2009 y el H1N1, con todo lo ocurrido y con la reacción ante la pandemia, comienza a flaquear y lo vemos en las decisiones de empresas e inversionistas que se alejan de las oficiales. Y todo eso se contagia a la gente, que no sabe a quién creerle.

Y no sabe a quién creerle porque está comenzando a sufrir en carne propia la incipiente crisis. Según las consultoras se perderán por lo menos unos 200 mil puestos de trabajo, pero desde la mañanera se dice que no afectará al empleo y que si no, para eso están los programas sociales, como si un oficinista o un obrero industrial pudiera reemplazar su salario con los apoyos de Sembrando Vida o Jóvenes Construyendo el Futuro.

La verdad es que no se entiende tanta seguridad en que no pasará nada o que todo está controlado, cuando la realidad muestra cosas muy diferentes. El Gobierno federal debería ser el primero en comprender que la pérdida de confianza, que se está observando entre la gente y los empresarios, puede tener un costo altísimo y que, pese a que apenas el sexenio lleva menos de año y medio, puede habérsele acabado el tiempo si esa confianza no se recupera, porque bien podría pasar los siguientes años simplemente administrando la crisis.