Armando Chaguaceda

Micromanual para ciudadan@s aturdid@s

DISTOPÍA CRIOLLA

Armando Chaguaceda
Armando Chaguaceda
Por:

Participando en un foro reciente con activistas de todo el orbe, salieron a relucir reclamos compartidos. A las quejas por malos gobiernos, se añadía la preocupación sobre una ciudadanía confundida, inerme o desencantada. Me quedé pensando en qué elementos podrían estar ausentes de la reflexión y motivación, más elementales, de quienes rehúsan a ser ciudadan@s. Si usted se identifica dentro de ese grupo, le dirijo especialmente estas líneas.

Recuerde, ante todo, que la democracia es un proyecto universal —la buscan y practican pueblos de diversos credos y culturas— pero no una constante histórica. La mayor parte de la humanidad ha vivido, por milenios, bajo tiranías de caudillo, monarca, pandilla o partido. Tampoco es la democracia una realidad global mayoritaria: muchos pueblos la han perdido en fecha reciente. No por gusto, en sondeos regionales, los venezolanos resaltan cómo los latinoamericanos más comprometidos con la idea de gobiernos electos, poderes contrapesados y derechos para la gente. Hace unos años, cuando (mal)tenían esos elementos, el compromiso democrático era menor. Hoy, esa gente y sus hijos, resienten su aniquilación.

Antes de votar o evaluar a un gobierno, repase los criterios clásicos: cuántos gobiernan, cómo y para quién lo hacen. Aristóteles no falla. Prefiera siempre un poder repartido y controlado. Si tras una elección prevalece avasalladoramente un candidato o un partido, es poco probable que éstos representen a la diversidad de ideas e intereses ajenos a sus partidarios. Si, ya en el poder, aquel liderazgo o movimiento gobiernan de modo solipsista —basado en dogmas o intereses estrechos— casi seguro que privatizarán los éxitos, pero socializarán los costos.

Tenga clara la diferencia entre activistas y gobernantes. Desconfíe del activista que hable como político, anteponiendo la ideología a la causa. Descrea del gobernante que hable como activista, en nombre de la virtud: casi siempre acabará gobernando para sí. Tampoco crea el mito de que “peor no podemos estar”. La historia está llena de ejemplos de pueblos que cambiaron gobiernos malos por otros pésimos. Demócratas corruptos por Tiranos ladrones. Nicaragua, de Alemán a Ortega, es un triste ejemplo.

No idolatre a los expertos: no es cierto que “ellos saben lo que nosotros no”. Tampoco adore al activismo: jamás “el pueblo siempre tiene la razón”. Especialistas y manifestantes forman parte del paisaje de la democracia, pero también de sus accidentes. La tecnocracia autorreferente no considera todo lo que importa a la gente —los humanos no somos reducibles a fríos planes y estadísticas— y constituyen corporaciones con intereses propios. Los movimientos radicales, más allá de la justeza de su demanda original, suelen confundir malos medios con fines nobles. Asustando al ciudadano promedio —legitimando el autoritarismo— y encumbrando grupos que se autodefinen como vanguardia moral de la sociedad y la nación. No hay dioses.

Participe —votando, debatiendo, vigilando— en las aburridas elecciones. Elegir, en comicios mínimamente libres y justos, no tendrá la adrenalina de ir a una marcha. Pero permite cambiar pacíficamente a quienes nos gobiernan, premiar o sancionar su desempeño y, sobre todo, expresar de un modo fiel la suma de decisiones individuales que conforman la imperfecta —y cambiante— decisión colectiva. Son la mejor foto política del país real. Las naciones más prósperas, libres y justas dirimen periódicamente sus disputas con votos, no con balas.

Infórmese. Tome un tiempo para elegir dos o tres medios, serios y diversos, que le aporten una visión más plural y apegada a los hechos. Revíselos diariamente. Evite los titulares sensacionalistas, aunque coincidan con sus sueños e intereses. En esta época de fake news, hay que saber navegar, sin encallar, en un mar de información con un milímetro de profundidad.

Si es demócrata, diferencie el competidor del enemigo, pues la democracia suele cobijar ambos. Al primero lo tenemos cerca —en el barrio, el sindicato, el partido— y las contradicciones con él nos parecen insalvables. Pero compartimos ciertos principios, bajo una idea de coexistencia. El enemigo descree de los valores de pluralidad, legalidad y alternancia democráticas. Niega al otro. Allende su demagogia, es un alien peligroso. Piense en cómo vivirá usted si prevalece el tipo de orden que aquel anhela. Si acaba asumiendo que usted no cabe en el proyecto de su enemigo, entenderá que no disputan espacios en democracia. Porque es la democracia el centro de la disputa.