Karl Marx consideraba a Luis Bonaparte como “el jefe del lumpenproletariado”, porque compraba con “dádivas y préstamos” (es decir, con una ciencia financiera muy limitada) a “vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa y de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos”.
Hoy, casi no se cita este pasaje donde Marx describe a lo que llama el lumpenproletariado porque suena clasista y meritocrático, con lo paradójico que es ver así al padre del “socialismo científico”. La lectura del pasaje exige una interpretación más cuidadosa. A las teorías acerca de la supuesta degeneración de las clases populares, el intelectual prusiano las contrastaba diferenciando el lumpen o proletariado impuro de otro disciplinado, con ideales y que no se dejaba comprar fácilmente por políticos corruptos; éste sería, para él, el agente transformador de la historia.
Además, no había tal “clasismo” porque los marxistas señalaban al lumpen de cada clase social. Engels escribió acerca de la nobleza parasitaria que se dedicaba al juego, vivir de préstamos y cobrar por hacer espionaje político (a diferencia de élites ilustradas y emprendedoras). Otros han señalado a una lumpenburguesía para referirse a crueles capataces o a neonazis votantes de Trump.
Altán, competencia sucia en celulares
Quienes prefieran evitar la palabra “lumpen”, por discriminatoria, están en su derecho. Pero eso es distinto de pretender que en la sociedad no existan méritos y faltas, prestigio e infamia. Creer eso es caer en un relativismo obviamente falso. Como lamenta el tango Cambalache: “Sentate a un lado que a nadie importa si naciste honrado, si es lo mismo el que labora noche y día como un buey, que el que vive de las minas, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley”.
Hay gobiernos, creía Marx, sostenidos en el lumpen, como el de Luis Napoleón en Francia. Éste se valía del capitalismo financiero y su mercancía por excelencia (el dinero líquido), para comprar lealtades, en vez de producir bienestar durable y justamente repartido.
Ningún gobierno, sea de izquierda o de derecha, sea una alcaldía o un país, es clasista por reclutar a funcionarios capacitados y honestos; por ser, entre otras cosas, meritocrático (y no todos los méritos son diplomas universitarios, existe la experiencia, el servicio de carrera). En cambio, un gobierno fundado en el lumpen permite que sus cuadros sean defraudadores, charlatanes, corruptos, parientes buenos para nada u oportunistas descarados. Ese tipo de administración defiende a sus aliados cuando son acusados de encarcelar inocentes o de mentir acerca de sus estudios.
El problema no es que se viole una Cartilla Moral. Es que privar a las instituciones de personal competente puede producir el colapso de los servicios y de la economía, del sistema alimentario y de las relaciones diplomáticas; en particular cuando convergen una austeridad excesiva y un lumpenfuncionariado.