Bernardo Bolaños

¿Sobrevivirá la democracia a la crisis energética?

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Bernardo Bolaños
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Le comenté a Annick Stevens, filósofa y traductora, que si bien Aristóteles no aprobaba lo que en su época llamaban democracia, sí aplaudía su correlato virtuoso, la politeia. Por lo tanto, más allá del problema semántico, Aristóteles simpatizaba con una forma de lo que hoy llamamos democracia.

La profesora Stevens me respondió: “En efecto, la politeia de Aristóteles constituye una forma de lo que ahora llamamos democracia”. También me dijo que la observación más valiosa de Aristóteles en su Política “es que lo que hace imposible la democracia en la práctica son las diferencias demasiado grandes en el estatus social y económico, que crean facciones opuestas con intereses sistemáticamente contradictorios, de tal manera que la opinión que prevalece siempre es la de los más numerosos y no la opinión más ventajosa para todos. Sólo cuando los ciudadanos no tienen intereses demasiado divergentes pueden ponerse de acuerdo sobre un bien común. Y eso, sin duda, sigue siendo el caso hoy en día.”

Esta lectura de Aristóteles coincide con la opinión sobre la democracia del quizá más grande politólogo contemporáneo, Adam Przeworsky. En su artículo conjunto con Jess Benhabib (“The political economy of redistribution under democracy”) explica, con pesimismo, que en los países pobres y desiguales no hay esquema redistributivo que sea aceptable al mismo tiempo por los pobres y los ricos, y que, por lo tanto, la democracia tiene más chance de sobrevivir en los países ricos. Aun cuando se asuma que la democracia es amada sinceramente por todos, sean ricos, pobres o clasemedieros, el monto del ingreso individual y nacional es una restricción que puede acabar derrotando las convicciones democráticas.

Existe un umbral bajo el cual las personas renuncian a preservar la democracia si por ello deben sacrificar una gran parte de sus recursos y de su bienestar material. Prefieren, en esos casos, dictaduras. Y lo anterior resulta válido independientemente de que uno sea pobre o rico, pues si se trata de sacrificar la democracia, explican Benhabib y Przeworsky, puede ser “mejor sufrir un régimen autoritario que aplique la tasa impositiva que a uno le conviene, que la tasa impositiva establecida por las otras clases sociales”.

Ahora bien, la transición energética hacia tecnologías limpias supondrá algunos sacrificios materiales en el proceso. Combustible fósil significa concentrado de energía. Mientras logramos descarbonizar nuestra civilización, hay que moderar nuestro consumo de gasolina, carne y viajes en avión. En los países donde esto se hace de manera obligatoria, han surgido tensiones, “chalecos amarillos”, transportistas coléricos y demagogos que se aprovechan de la situación. La democracia está en riesgo en muchas partes.

La polarización no ayuda porque exagera las tensiones reales. Algunos ciudadanos, incluso, adoptan el papel de Goebbels en miniatura al creer que una mentira compartida mil veces en las redes sociales se convierte en una verdad. Cruzamos mares turbulentos, pongamos de nuestra parte.