Bernardo Bolaños

Xóchitl y Claudia

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Bernardo Bolaños
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La onda, hoy, son Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum. Una en crecimiento meteórico y otra al frente de las encuestas. Ambas con estudios de ingeniería y optando por las comunidades más marginadas, de manera emblemática indígenas y periurbanas.

Una combatió la desnutrición infantil como filántropa y como senadora exigió consulta a los pueblos originarios sobre el Tren Maya; otra construyó el Cablebús más largo del mundo y llevó más áreas verdes a Iztapalapa.

Sheinbaum se considera “ciudadana del mundo” por su historia familiar. Su abuelo paterno vivió una vida rocambolesca. Llegó a ser un militante importante en el Partido Comunista. Él y su hermano, residente en Moscú, fueron correa de transmisión entre México y la URSS. Con su hijo Carlos (el padre de Claudia) el abuelo sufrió la represión del PRI-gobierno.

En el pasado familiar de Sheinbaum Pardo está la memoria de antiguas persecuciones en España, por la Inquisición y recientes, en Bulgaria, por el nazismo. Por eso sorprende que, a lo largo de su vida, no haya sido crítica del autoritarismo del régimen cubano u otros desplantes autoritarios de sus compañeros de lucha. Como si la credencial de izquierdista fuera pasaporte para violar derechos humanos. En un tuit de 2014, Sheinbaum deseó públicamente que nunca ocurra el cambio que Obama deseaba para Cuba. Claudia distingue las que considera represiones ilegítimas (como la masacre del 68 o los tres años de cárcel en Lituania a su abuelo, por pertenecer al partido comunista), de la violencia revolucionaria en busca de la igualdad. Reducir desigualdades es su mantra, no tanto reducir la pobreza (véase la entrevista con Gabriela Warkentin en Gatopardo). Ella presume en las redes sociales haber levantado un letrero de protesta en 1991, en California, en pro del comercio justo, cuando ya se cocinaba el TLC. Su perspectiva parece orientada a la planeación centralizada, a los juegos de suma cero, más que a la mano invisible del mercado (quimera absurda para la izquierda, aunque no para millones de migrantes que viajan a los países de economías abiertas y dinámicas).

Xóchitl Gálvez, por su parte, emerge de una familia golpeada por la discriminación y la pobreza, por los cacicazgos y la misoginia. Fue trotskista. Quienes le reclaman que la ha impulsado el PAN, olvidan su carácter de empresaria. Xóchitl está bien donde está porque jala hacia el centro a una oposición variopinta, muchas veces tacaña y prejuiciosa. La candidatura de Xóchitl sería refrescante, a menos que creamos que es sano volver a tener elecciones sin competencia, dominadas por un partido hegemónico. Xóchitl le enseña a las “buenas conciencias” de la sociedad que amor es amor, que familia es familia. Les recuerda a los que defienden la mano invisible del mercado que ésta debe complementarse con la mano visible del Estado. Y, en esta característica de su biografía, está la principal diferencia con Claudia. Xóchitl lucha por la justicia social sin abrazar el estatismo. Quiere combatir la pobreza antes que la desigualdad (véase su entrevista con Sin Embargo). ¿Diferencias de matiz?