Informal silabario (Parte I)

Estos días he estado releyendo a autores entrañables: Longo, Góngora, Quevedo, Cervantes, Proust, Joyce, Arenas, Eliseo Alberto, Raúl Ortega Alfonso, Pedro Juan Gutiérrez, Donoso, Piñera, Arrufat, Díaz Martinez, Bonifaz Nuño, Lizalde, Villaurrutia, Owen, Borges, Onetti, Faulkner, Carson McCullers, Lydia Davis, Poe, Kafka, Ruy Sánchez, Rilke, Nabokov, O’Connor, Thomas Wolfe, Calvino, Flaubert, Joumana Haddad, Elsa Cross, Barnes, Tanizaki, Tabucchi, Bernhard, Abdelá Taia, Gastón Baquero, Felisberto Hernández, Heberto Padilla, Neruda, Huidobro, José Emilio Pacheco, Cioran, Enriqueta Ochoa...

He regresado al Cantar de los Cantares y a San Juan de la Cruz. Otra vez de vuelta a los parajes cordiales de Eliseo Diego y al boscaje lingüístico de Lezama Lima. Tocar las franjas nuevamente de García Lorca. Y Gonzalo Rojas con su cadencia perpetua de retumbo galopante. Y el Vallejo de Trilce, y el Vallejo de El desbarrancadero. Y las Habanidades de Cabrera Infante. Y El olvido que seremos de Abad Faciolince. Y Pasado en claro de Octavio Paz. Y las andanzas de Maqroll El Gaviero de Álvaro Mutis. Y Blanco nocturno de Ricardo Piglia. Y Cuatro cuartetos de T.S. Eliot. Leo sobre los índices de esta primavera untada de exaltaciones (“Todo tiempo es irredimible”: Eliot). Hay todavía gente mala en el mundo: por eso leo, para borrarlas.

Hago entonces un breve e informal silabario, en desorden; quizás parafraseando al ensayista, poeta y escritor de origen canadiense Mark Strand en su Abecedario de un poeta (1999).

A de Arenas, Reinado: converso con Celestino tanteando el Alba y entro a las encrucijadas de un narrador que me marcó para siempre. Yo retengo todavía el olor de Reinaldo. Yo fui testigo del ardor de sus manos. No tengo temor a los rumores machitas en decir que lo sigo amando.

A de Abad Faciolince, Hector: Seremos imprevisión y también consonancia: seremos súplica y también reminiscencia. El padre como centro de todas las invocaciones: Yo amaba a mi papá con un amor animal. Me gustaba su olor, y también el recuerdo de su olor, sobre la cama, cuando se iba de viaje, y yo les rogaba a las muchachas y a mi mamá que no cambiaran las sabanas ni la funda de la almohada. Me gustaba su voz, me gustaban sus manos...” El olvido que seremos, una novela tierna y desgarradora, escrita con valentía y arrojo. La tengo en mi cabecera. Me duermo y sé que la tengo para mí todas las mañanas.

K de Kafka, Franz: converso con Gregorio Samsa y merodeo El Castillo. Lloro frente a la desmemoria. No me da lástima Samsa, me conmueve su desgracia narrada con tanta extravagancia.

M de Música: lo primero que recuerdo, el dúo Los Compadres y el son revoloteando sobre la tarde. Mi madre bailaba conmigo. Mis hermanas miraban con desdén la escena. Hasta que arribé a los puertos del jazz. Hasta que la música de Mozart y de Vivaldi y de Bach y de Paganini y de Ravel y de Haydn y de Messiaen me apretaron el corazón. Paquito D’Rivera me inició en el esplendor de las cadencias.

T de Tiempo: Quevedo: “Ayer se fue; mañana no ha llegado; / hoy se está yendo sin parar un punto: /soy un fue, y un será, y un es cansado.” Eliot: “Ser consciente significa no estar en el tiempo. / Pero sólo en el tiempo pueden recordarse / Los momentos envueltos en pasado y futuro”. Tiempo que es olvido, tiempo para “inventar una nueva soledad para el deseo” (Álvaro Mutis).

O de Ortega Alfonso, Raúl: el delirio consumado. Veo a Amadita abrigada en El idioma de las luces. Veo a Izumi preguntando por qué El caballo no tiene zapatos. Raúl me dijo un día bajo un aguacero inclemente: “Un puente nunca será un puente / si al otro lado no hay alguien esperando”. Él dice que la redención nunca se alcanza: yo proclamo mis piedades sitiado por los pájaros silvestres que aletean en sus poemas.