David E. León Romero

Esperanza y milagros

JUSTA MEDIANÍA

David E. León Romero*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
David E. León Romero
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Mi primer hijo se llama Juan Pablo. Amanda y yo decidimos bautizarlo así por el Papa Juan Pablo II; nos pareció una extraordinaria manera de brindarle una bendición permanente.

Karol Wojtyla fue declarado santo el 5 de julio del 2013; la milagrosa recuperación de la salud de Floribeth Mora y Marie Simon-Pierre, gracias a la intervención del pontífice, ameritaron su canonización.

Corrían los días del 2012 en los que me desempeñaba como un asesor más en la Cámara de Diputados, en el marco de aquella LXII Legislatura. En ese recinto conocí a otro Juan Pablo (el mío todavía no nacía); a golpe de vista joven, articulado y sencillo. Sin conocerme, su trato desde el primer contacto fue cordial, dinámica que no resulta una generalidad en las relaciones entre asesores y legisladores.

No me puedo ufanar de tener una amistad con él, misma que me hubiera encantado construir. Dejé la Cámara meses después en el intento por aprovechar una oportunidad laboral en Jalisco, perdiendo aquella relación ocasional. A la distancia y sin tener comunicación frecuente (salvo un par de contactos a lo largo de los años), comencé a identificarme con él y a encontrar —sin hacérselo saber— ciertas coincidencias más allá de los nombres. Juan Pablo Adame Alemán es un joven católico y padre de familia, dedicado al servicio público (así lo describo porque así lo considero, poniendo a Dios y a la familia en primer lugar).

En el pasado reciente y con la aparición de la enfermedad que lo aqueja, de cuando en cuando su recuerdo aparece en mi mente. Sus expresiones públicas en propia voz o a través de terceros se han convertido para mí en tremendas lecciones y poderosas sacudidas. La última de ellas registrada la semana pasada en voz de la senadora Josefina Vázquez Mota, me obligó a tomar el teléfono y llamar a mi esposa para decirle cuanto la amo, y suplicarle que hiciera mi mensaje extensivo a mi Juan Pablo y a sus tres hermanos, después de algunos días de no verlos.

No puedo siquiera imaginar las tremendas dificultades, pensamientos, sensaciones, emociones, sentimientos y retos que Juan Pablo y quienes lo rodean experimentan, y la valentía, amor, madurez y resiliencia que se requieren para hacerlo. Admiro, atesoro y agradezco que Juan Pablo, en medio de la batalla que libra, se dé tiempo para transmitirnos su experiencia y sembrar una poderosa semilla de amor y conciencia en nuestra mente y nuestro corazón, invitándonos a abrazar el presente, a ser conscientes, a atesorar los pequeños detalles y a ser felices.

Su esfuerzo y compromiso no ha quedado ahí. Como senador y gracias a la generosidad del también senador Miguel Ángel Mancera, el pasado mes de septiembre presentó una iniciativa y un punto de acuerdo que buscan cambiar la realidad de aquellos que, valientemente, luchan contra el cáncer.

Soy un hombre católico que creo en los milagros y vivo abrazado a la esperanza. Juan Pablo Adame Alemán lleva por nombre el de un santo que le protege permanentemente en su andar; estoy seguro que su fe, las oraciones de quienes lo apreciamos y la ciencia, lo pondrán a salvo.