Eduardo Marín Conde

El cine y el tiempo

CINEBUTACA

Eduardo Marín Conde
Eduardo Marín Conde
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Terminó la necesaria cuarentena de ida a salas cinematográficas, que se prolongó por largos cinco meses. Nunca en mi no tan corta vida, desde que cursaba la secundaria, había dejado de ir al cine tanto tiempo, ni siquiera quince días. El regreso a los cines ha sido un verdadero placer y en verdad me han sorprendido gratamente las extremas medidas de seguridad que se están aplicando en las salas, las cuales están funcionando al 30 por ciento de su capacidad. Los protocolos de sanidad han recibido la aprobación de la Sociedad Mexicana de Salud Pública.

Opciones atractivas son la francesa “Retrato de una mujer en llamas” y la coproducción australiana sudafricana, basada en hechos reales, “Fuga de Pretoria”.

La obligada ausencia de las salas la compensé con abundantes películas y series en streaming, donde ha habido valiosos estrenos sin pasar por los cines como la brillante “Greyhound” (Apple Tv), las españolas “Adu” y la inquietante “El hoyo” en Netflix, o el filme para TV “Mala educación”, con Hugh Jackman, disponible en HBO.

Una de mis mayores satisfacciones de quedarme en casa ha sido volver a ver películas de antaño, de recurrir a mi preciada colección. A veces resulta sorprendente la revaloración que hacemos de algún filme al paso del tiempo. Al ser una cuestión subjetiva, el que una obra nos guste o no está íntimamente ligada a la parte emocional y al contexto no sólo personal sino social que nos rodea.

Siempre he insistido en que más que comunicar ideas concretas, el cine debe suscitar emociones. Por ello, resultan hasta cierto punto comprensibles los errores de la Academia de Hollywood al premiar filmes que pudieron parecer innovadores en su momento pero que no resistieron el paso del tiempo, como “Shakespeare apasionado” o “Crash”. Las películas son las mismas, pero las sensaciones que nos causan son diferentes en el contexto del tiempo.

Así, son admirables las obras que vencen el tiempo y nos siguen causando el mismo asombro: “Casablanca”, “Lawrence de Arabia”, “El padrino”, “Naranja mecánica”, “Psicosis”, “El bebé de Rosemary”, “El último emperador” o las proezas narrativas que son “Lo que el viento se llevó” o “Ben Hur”. Más sobresaliente es que filmes mudos sigan conmoviéndonos, como “Metrópolis”, de Lang, o “La quimera de oro” y “Tiempos modernos”, de Chaplin.

En cambio, me sorprendió que algunas obras que yo consideraba magistrales ya no me causaron el mismo impacto, como “Vértigo”, de Hithcock, o “París, Texas”, de Wenders. Por el contrario, afiancé mi admiración por cintas que permanecen olvidadas, de las que poco se comenta: la española “Carmen” (1983), de Carlos Saura; “Los amantes de María” (1984), del ruso Konchalovsky, o la griega “Ifigenia” (1977), de Cacoyannis. Del cine mexicano, mientras un clásico como “Enamorada”, del Indio Fernández, me pareció envejecido, me volvió a entusiasmar ese filme tan sencillo como cautivante, que merece ser revalorizado: “En este pueblo no hay ladrones”, del polifacético y talentoso Alberto Isaac.