Eduardo Marín Conde

En Memoria de Fernando Soler

CINEBUTACA

Eduardo Marín Conde
Eduardo Marín Conde
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Este lunes 24 festejaremos el 125 aniversario del natalicio de uno de los más emblemáticos, populares y brillantes actores de la historia del cine mexicano: Fernando Soler. Nacido en Saltillo, miembro de una ilustre familia de artistas (sus hermanos Domingo, Andrés y Julián también tuvieron importantes carreras actorales), a inicios de los 30 se dio a conocer por su papel como Chucho el Roto y rápidamente se convirtió en una figura cotizada por directores y productores.

Carismático, su presencia dominaba la pantalla y se desenvolvía con un talento natural que enganchaba fácilmente con el público. Cada actuación suya era un goce. Encarnó la máxima representación del padre de familia en nuestro cine, una figura autoritaria y machista que él trasladó a la pantalla mostrando todas las virtudes y defectos de la idiosincrasia nacional. Interpretó ese padre duro e inflexible que, sin embargo, flaquea ante el deseo pasional que le despierta una mujer, como en “Sensualidad”, “Susana” o “La mujer sin alma”, donde sucumbe, sin importar sus sólidos valores familiares, ante el atractivo femenino de Ninón Sevilla, Rosita Quintana y María Félix.

Con gran expresividad y nobleza, que transmitía con miradas y gestos, solemnidad y señorío, producía instantáneamente en el espectador la ilusión de estar viendo, en pantalla, a su propio padre, escribió el querido Mauricio Peña.

Múltiples son las actuaciones memorables de don Fernando: “La oveja negra” y “No desearás la mujer de tu hijo”, donde alternó en un sabrosísimo duelo actoral con el mayor ídolo popular, Pedro Infante; “Una familia de tantas”, uno de los más entrañables filmes nacionales, al lado de David Silva y Martha Roth, y antes, “Refugiados en Madrid”, ambas de Alejandro Galindo.

Con la irrupción del nuevo cine mexicano en el sexenio de Luis Echeverría en los 70, directores y actores de la llamada Época de Oro difícilmente encontraron acomodo en las nuevas producciones que marcaron un radical giro temático. Pero todavía pudo lucirse en dos filmes muy significativos: “Pedro Páramo”, muy decorosa versión de Juan Bolaños a la inmensa novela de Juan Rulfo, y, sobre todo, “El lugar sin límites”, en la que un vigoroso Arturo Ripstein adaptó la novela del chileno José Donoso. Ahí, don Fernando mostró de qué talante estaba hecho y a sus 81 años nos obsequió una de sus grandes interpretaciones.

Fue triste que no supiera retirarse a tiempo y, en su obsesión por seguir filmando, hiciera “La comadrita” con la India María y la argentina “La carpa del amor”. En 1979, a los 83 años, falleció en la Ciudad de México.

Su legado es de enorme valor. Para mi, el mejor actor del cine mexicano, sólo por detrás de Ignacio López Tarso. Mi lista de los cinco grandes se completa con Arturo de Córdova, Miguel Inclán y Ernesto Gómez Cruz, quien ya tiene 87 años y nunca buscó victimizarse por el color de su piel para ocupar el gran lugar que se merece.