Eduardo Nateras

Plagio a la mexicana

CONTRAQUERENCIA

Eduardo Nateras *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Eduardo Nateras
 *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

El plagio, por donde se le vea, constituye una práctica fraudulenta. Ya sea la estrofa de una canción, el fragmento de una obra literaria, un descubrimiento científico o algunos párrafos de un trabajo de investigación, se trata de hacer pasar como propias las ideas de alguien más.

Un nuevo señalamiento de plagio académico vuelve a ser motivo de discusión en nuestro entorno político, aunque el suceso se da en la particular coyuntura del conjunto de ataques sistemáticos a los que ha estado sujeta Xóchitl Gálvez desde que se planteó la posibilidad de su candidatura, e intensificados ya como la virtual candidata presidencial de la oposición.

Al más reciente de los ataques en su contra, se suman cuestionamientos sobre sus raíces indígenas, su labor empresarial y su gestión como entonces jefa delegacional, además de la muy original propuesta de demoler la propiedad que habita por supuestas irregularidades en el uso de suelo con el que cuenta.

Este vapuleo generalizado podría tomarse como una atenuante de la nueva acusación en su perjuicio —a reserva, también, de lo que determine la máxima casa de estudios de nuestro país, responsable del título académico en cuestión y cuya autoridad, en esta ocasión, muy curiosamente se pronunció al respecto ipso facto.

Tiene cierto valor que la candidata opositora haya dado la cara inmediatamente. Sin embargo, la respuesta de Xóchitl sobre el tema deja entrever que sí reconoce cierto nivel de anomalías en la elaboración de su trabajo de titulación, al dejar abierta la viabilidad del señalamiento y de —en su caso— asumir las consecuencias que resulten —a diferencia de escándalos recientes del mismo tipo—. Pero, a pesar de que sus declaraciones hayan sido en el sentido de algo así como “es posible que sí haya plagiado, pero poquito”, esto no sería un asunto menor.

Las implicaciones no tienen que ver con una cuestión de incumplimiento de requisitos para aspirar a ocupar la máxima silla de este país, pues contar con un título universitario no es uno de ellos —contrario, por ejemplo, a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, donde, para ocupar un lugar, es indispensable tener un título en Derecho válido—. Se trata, pues, de una cuestión de principios, de honestidad profesional y de imagen, nada menos que eso.

Y a pesar de que es evidente el uso de todos los recursos del Estado para encontrar anomalías en su trayectoria personal y profesional que puedan debilitar suficientemente su candidatura, confirmar el señalamiento sí representaría un golpe certero a su candidatura, en un contexto en el que se aspira a gobernar un país en el que la corrupción e impunidad pueden listarse como dos de sus más grandes males.

Aunque la lógica indicaría que la comprobación de plagio académico, en el ámbito público, sería suficiente para que la persona en cuestión deje el cargo —o aspiraciones—, casos emblemáticos muestran lo contrario —Vladimir Putin, Enrique Peña o Joe Biden (a quien sí le costó su primera carrera presidencial).

A ver hasta dónde llega el caso.