Gabriel Morales Sod

Israel cayó en un abismo del que no necesariamente saldrá

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Gabriel Morales Sod
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Los acontecimientos de la última semana en Israel han sido tan dramáticos y catastróficos que resulta difícil describirlos en palabras. El lunes, la Knesset (el Parlamento) votó la primera de las leyes del paquete de reforma judicial que pretende terminar con la separación de poderes y la democracia israelí, eliminando la facultad de la Suprema Corte de limitar decisiones extremas del gobierno.

Los días antes de la votación quedarán marcados en la historia del país por generaciones. En un intento desesperado por detener al gobierno, miles y miles de israelíes salieron a las calles. El jueves de la semana pasada, los líderes del movimiento, de forma espontánea, anunciaron en sus redes sociales que comenzarían a marchar hacia la capital, Jerusalén. Lo que inició como un pequeño grupo de líderes se convirtió en cuestión de horas en la marcha más grande de la historia del país. Alrededor de 70 mil israelíes marcharon bajo el fuerte sol del verano, acampando durante tres días hasta llegar en masa al Parlamento. En paralelo, más de 10 mil soldados de reserva, incluyendo a un grupo de 250 pilotos militares, y cuerpos de élite de la inteligencia militar y unidades de combate, en una serie de cartas públicas y ruedas de prensa, anunciaron que de votarse la primera de las reformas, dejarían de servir voluntariamente en el ejército.

De inmediato sonaron las alarmas y el ministro de Seguridad (miembro del partido de Netanyahu) y el jefe de las Fuerzas Armadas advirtieron de consecuencias gravísimas para la seguridad israelí. Se calcula que en un par de semanas, si estos hombres cumplen con sus amenazas, el ejército israelí perderá la capacidad de entrar en combate. A los soldados y manifestantes se les unieron 150 líderes de las empresas más grandes de Israel, el sindicato de médicos y trabajadores de la salud, todos los exjefes de las Fuerzas Armadas, el Mossad y el servicio secreto, el expresidente Rivlin y el mismísimo presidente Biden, quien llamó públicamente a parar el proceso.

Por si esto no fuera suficiente, después de horas de incertidumbre, y de una sarta de mentiras que parecía poco lógica, el público se enteró que Netanyahu se encontraba en el hospital —había tenido una crisis cardiaca que según los reportes puso su vida en peligro—.

Israel se encuentra en la crisis política, diplomática, económica, de seguridad y social más grande de su corta historia.

Ante las advertencias y las protestas masivas, y después de escuchar sobre el mal estado de salud del primer ministro, varios esperamos que Netanyahu tomaría la decisión de, por lo menos, dar más tiempo a las negociaciones. Sin embargo, Bibi ya no es quien solía ser. Desde que iniciaron las investigaciones de corrupción en su contra, poco a poco los partidos de centro y centroderecha dejaron de cooperar con Netanyahu, y hoy en día está atrapado en una coalición extremista que sabe que puede manipularlo para conseguir sus objetivos. Cansado, enfermo del corazón, aislado políticamente y sin más opciones que aprobar la reforma o renunciar, Netanyahu decidió, como suele hacer, poner su interés personal por encima del nacional. El gobierno aprobó la ley, las bolsas cayeron estrepitosamente, los soldados cumplieron con su amenaza y cientos dejarán de servir. La Suprema Corte escuchará en septiembre un amparo en contra de esta ley que pretende limitar sus propias facultades. Si la Corte cancela la ley, el país, como si faltara, entrará en su primera crisis constitucional. La historia recordará al movimiento de protesta como un momento heroico y a Netanyahu como un líder débil que sucumbió ante su propia ambición.