Guillermo Hurtado

¿Quién se acuerda del socavón?

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Hace unos días leí una nota periodística que me entristeció durante unos instantes. El artículo se lamentaba de que ya nadie se interesara por el socavón que se abrió en Santa María Zacatepec, Puebla, en el mes de junio del año pasado.

Durante varias semanas muchos mexicanos —yo entre ellos— estuvimos muy pendientes del socavón, de su crecimiento, de su amenaza a la casa-habitación que estaba en su periferia. ¿Cuál era su origen? ¿Qué profundidad alcanzaría? ¿Qué mensaje oculto tenía? Estas preguntas rondaron por mi cabeza durante varios días. Un día, un perrito cayó dentro del hoyo y los diarios se tapizaron de fotografías del pobre animal. Se organizó una operación de rescate que logró sacar al can de las fauces de ese agujero que se hizo de manera inexplicable. No faltaron curiosos —¿o deberíamos llamarlos turistas— que se transportaron hasta allá para verlo con sus propios ojos. El beneficio económico para la región parecía garantizado. Se imprimieron camisetas alusivas y seguramente algún emprendedor acarició la idea de construir un restaurante o un hotel en los alrededores. Por desgracia todos esos sueños se han derrumbado. Ya nadie se acuerda del socavón, que antes nos regaló tantos momentos de sano entretenimiento.

Cuando apareció el socavón, no pude dejar de pensar que podía interpretarse como una metáfora de nuestra vida nacional. México, como el socavón, se hunde en sus miserias sin que nadie pueda hacer nada. Llegué incluso a pensar, como el emperador Moctezuma, que se trataba de un presagio de futuras calamidades. Pero ahora que me doy cuenta de que yo también me olvidé de él, pienso que al socavón se le puede resignificar de una manera más adecuada a nuestros tiempos.

En México suceden desgracias de todo tipo. Son noticias por unos días y luego se olvidan. Eso sucede, en parte, porque la gente ya no tiene paciencia para seguir escuchando las mismas malas noticias y, en parte, porque surgen adversidades nuevas que capturan nuestra atención. Podríamos estirar la analogía y afirmar que en nuestro país se abren socavones de todos tipos por todos lados: socavones políticos, socavones económicos, socavones educativos, socavones morales. Como si camináramos por una calzada llena de baches, los mexicanos nos hemos acostumbrado a rodear los agujeros como si eso fuese lo normal.

Si el socavón podía verse como una metáfora de nuestra realidad nacional, el irremediable olvido del socavón puede verse como otra metáfora de esa misma realidad nacional.

Se ha escrito mucho sobre la dialéctica entre la memoria y el olvido. A veces, lo correcto es recordar; otras veces, lo correcto es olvidar. Esta discusión filosófica parte del supuesto de que recordar y olvidar dependen de nuestra voluntad. Quizá esa perspectiva es demasiado optimista, sobre todo, en un plano colectivo. Nuestra voluntad no tiene suficiente fuerza. Se abrirán otros socavones y los volveremos a olvidar sin remedio.