Guillermo Hurtado

La Casa de los Mascarones

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En su monografía sobre la Casa de los Mascarones (México, UNAM, 1985), el investigador Pedro Rojas menciona un dato que habla por sí solo: las únicas dos casas de la antigua ciudad de México que se conocen por su sobrenombre popular son la Casa de los Azulejos y la Casa de los Mascarones.

Lo interesante es que ambas propiedades pertenecieron a la misma familia, la de los Condes del Valle de Orizaba. La de los azulejos era la casa citadina de los condes, la de los mascarones, su casa de campo. Cuando esta última se comenzó a edificar, hacia 1766, había pocas residencias sobre la calzada de Tacuba, casi todas de familias ricas de la ciudad, que se levantaban sobre extensos terrenos con huertos y jardines. La Casa de los Mascarones se distinguía por la riqueza y originalidad de su fachada recubierta de estípites. Los rostros que aparecen en dichas columnas son los llamados mascarones.

Como cuenta Pedro Rojas en el libro ya citado, la Casa de los Mascarones tuvo varios dueños, pero ya desde 1850 fue utilizada como una escuela. Ahí estuvieron alojados el Colegio de San Luis, el Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe, el Liceo Franco Mexicano y el Instituto Científico de México. En 1914 el gobierno revolucionario expropió la casa a los jesuitas. Ahí estuvo alojada la Escuela Nacional de Maestras, hasta 1925. De 1926 a 1927 fue sede de la Escuela de Verano de la Universidad. A partir de 1929, también alojó a la Escuela de Música de la Universidad. En 1935 se mudó al edificio la Facultad de Filosofía y Bellas Artes, compartiéndola con la Escuela de Verano y la Escuela de Música, que abandonó la casa en 1938. Desde ese entonces hasta 1954, año en que la Facultad de Filosofía y Letras se mudó a la flamante Ciudad Universitaria, la Casa de los Mascarones fue, sin duda, el sitio más resplandeciente de la vida cultural mexicana. Fue la época dorada de la Facultad de Filosofía, en la que se reunieron las generaciones de humanistas más brillantes que tuvo México en el siglo anterior. Es probable que hoy en día ya no quede nadie con vida que haya estudiado en aquella gloriosa facultad. Esa memoria se ha perdido para siempre.

En los años cuarenta se le hicieron varios cambios a la casa para que cumpliera mejor con su función escolar. Uno de ellos nos resultaría lamentable el día de hoy, aunque, en aquel entonces, quizá pocos expresaran reclamos. El patio de la casa tenía algunos árboles de gran altura y también varios naranjos que daban sus frutos puntualmente. Por desgracia, en 1944, se los cortó para aplanar el piso y colocar una estatua de Fray Alonso de la Veracruz que después fue transportada a un patio de la Facultad en la Ciudad Universitaria.