Guillermo Hurtado

Eduardo Lizalde (1929-2022)

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Desde que me enteré del fallecimiento de Eduardo Lizalde me propuse escribir algo para recordarlo en esta columna. Han ido pasando los días y no quiero postergar más la publicación del artículo que he estado escribiendo y reescribiendo en mi cabeza sin que me acabe de gustar del todo.

Puede sonar pedante, pero yo fui un adolescente que leyó mucha poesía. No era el único, otros de mis amigos también lo hacían con el mismo fervor. No teníamos Internet, teníamos libros, y la poesía era un género que nos cautivaba. El descubrimiento de la obra de Eduardo Lizalde fue todo un acontecimiento de mi primera juventud. Me encontré con una poesía poderosa que se distinguía de las rimas babosas que nos hacían leer en el colegio. Un lenguaje contundente, irónico, sin compasión. Las cosas como son. Sin florituras. Cuando luego leí los epigramas de Marcial descubrí la genealogía de esa poesía que hablaba de cómo el amor se pudre, de cómo el odio es la pasión más grande, de cómo las prostitutas tienen ilusiones al mismo tiempo que se corrompen. Poesía descarnada, salvaje, despiadadamente naturalista y, por lo mismo, profundamente humana.

Yo fui uno de esos que defendían a capa y espada que Lizalde era nuestro más grande poeta vivo. Con el paso de los años, dejé de suscribir esa opinión con el mismo énfasis. Primero, porque perdí interés en el jueguito de señalar a éste o aquél como nuestro poeta más grande. Segundo, porque sin dejar de admirar toda la fuerza y la inteligencia de la escritura de Lizalde, empecé a encontrar en algunos de sus poemas cierto efectismo que me pareció más una fórmula que una vena.

Cambio de tema. Algo que distingue a la obra de Lizalde es el sitio que ocupa la filosofía en su poesía. Se la encuentra en el tejido de todas sus reflexiones, pero también en muchos de sus temas y referencias. Su poema “Cada cosa es Babel” es un admirable canto heideggeriano: nos habla de la conformación existencial de lo que el filósofo alemán llamó las “cosas a la mano”. Lizalde leyó a Heidegger en el salón de clase de José Gaos. Eso se nota en toda su obra, desde la más temprana hasta la más tardía. Cuando nos dice en uno de sus “Boleros del resentido” que “Alguien se muere aquí, muy cerca, en el jardín de al lado”, Lizalde desarrolla de manera muy original la idea heideggeriana de que somos un ser para la muerte.

Lizalde escribió una serie de poemas en torno al Tractatus Logico-Philosophicus de Wittgenstein. He vuelto a leer esos poemas y me he quedado con mi impresión inicial: algunos tienen valor por sí mismos, pero la conexión con las ideas del Tractatus es endeble. Pienso que Lizalde asimiló mejor a Heidegger que a Wittgenstein.