Guillermo Hurtado

El fetichismo de las calificaciones escolares

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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El otro día leí un comentario que afirmaba que, si en México se eliminaban las calificaciones numéricas en las escuelas públicas, el país iría directo hacia el comunismo. Ese comentario es ridículo, francamente estúpido, pero también resulta preocupante, porque expresa un acendrado fetichismo acerca de las calificaciones que debe contrarrestarse con firmeza.

Las calificaciones son uno de los instrumentos usados en la escuela para la evaluación del desempeño de los alumnos. Esta herramienta nos sirve para llevar un control preciso del avance de los alumnos en algunas asignaturas, como matemáticas o ciencias naturales. No obstante, hay otras asignaturas en las que la calificación numérica resulta forzada, por ejemplo, en ciencias sociales o humanidades. En algunos casos, conviene tener una evaluación que tenga la precisión de la medición numérica, pero en otros casos, no se requiere que la evaluación esté expresada con números, por el contrario, una nota de ese tipo resulta demasiado parca, poco informativa, es preferible una evaluación cualitativa, expresada por medio de una reseña, que indique las fortalezas y debilidades del alumno.  

Las calificaciones son uno de los instrumentos usados en la escuela para la evaluación del desempeño de los alumnos. Esta herramienta nos sirve para llevar un control preciso del avance de los alumnos en algunas asignaturas, como matemáticas o ciencias naturales.

De cualquier manera, la evaluación, ya sea numérica o cualitativa, debe verse como una herramienta que nos sirve para ayudar a los alumnos, no para perjudicarlos. En el espacio de la escuela pública obligatoria, cuya finalidad es la de ofrecer un piso parejo a todos los niños y jóvenes del país, la evaluación debe ser un instrumento de inclusión, no de exclusión. Dicho de otra manera, la evaluación, ya sea numérica o cualitativa, debe ayudarnos para que los niños y los jóvenes se queden en la escuela, no para que salgan de ella y, para que avancen en su aprendizaje, no para que se les descarte como si fueran basura humana.  

 Pongámoslo de esta manera: las calificaciones están al servicio de la educación y no es la educación la que está al servicio de las calificaciones.  

Niños toman clases en Mérida, Yucatán.
Niños toman clases en Mérida, Yucatán.Foto: Cuartoscuro

Hay quienes piensan —de manera muy equivocada— que la finalidad última de ir a la escuela es sacar las mejores calificaciones, como si la escuela fuera una competencia de talentos. Desde este punto de vista, todo lo demás, como el aprendizaje efectivo o la formación integral, son asuntos secundarios. La calificación se convierte, de esta manera, en la falsa divinidad de la escolaridad, es decir, en un fetiche. Este fetichismo está muy presente en algunas familias e, incluso, en algunos gobiernos.  

Una consecuencia de este pernicioso fetichismo es que al niño que saca buena calificación se le alaba y se le premia y al que saca mala calificación se le castiga y se le desprecia. Y al país que obtiene mejores calificaciones en las pruebas internacionales se le admira y al que saca malas calificaciones se le desdeña.  

 De acuerdo con esta concepción errónea de la educación, la escuela debe convertirse en un instrumento de segregación: por un lado, se coloca los que obtienen buenas notas, por el otro, a los que obtienen malas notas. Lo que se supone que es que los primeros serán triunfadores en sus vidas adultas y que los segundos serán unos fracasados. Sin embargo, como la experiencia nos enseña una y otra vez, esta predicción pocas veces se cumple. El mundo está repleto de personas exitosas, tanto en sus vidas familiares como laborales, que no formaron parte del cuadro de honor de sus escuelas. Y el mundo también está repleto de alumnos con las mejores calificaciones que, al salir de la escuela, se perdieron en la medianía e incluso en la frustración más terrible.  

Una consecuencia de este pernicioso fetichismo es que al niño que saca buena calificación se le alaba y se le premia y al que saca mala calificación se le castiga y se le desprecia. Y al país que obtiene mejores calificaciones en las pruebas internacionales se le admira y al que saca malas calificaciones se le desdeña

Los niños y los jóvenes van a la escuela para obtener conocimientos, para adquirir destrezas, para convertirse en personas de bien. ¿Cuántas veces tenemos que repetir que las calificaciones no son la finalidad del proceso educativo? Los exámenes y las calificaciones son de utilidad para alcanzar los fines de la escuela, pero no vamos a la escuela para hacer exámenes y para obtener buenas calificaciones. No vamos a la escuela para que nos dividan en dos grupos: los que se merecen todo y los no se merecen nada. No vamos a la escuela para que nos sellen un número en la frente. Vamos a la escuela para convertirnos, sin excepción y sin excusa, en mejores seres humanos.