Guillermo Hurtado

Honores y horrores de Vejecia

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En su De senectute, Cicerón planteó la pregunta de si la vejez es un bien o un mal. El pensador romano consideraba que, aunque la vejez tiene males inocultables, también tiene bondades que inclinan la balanza hacia el lado positivo. Otros filósofos han pintado un escenario más negativo: la vejez es, sobre todo, un mal.

Entre los filósofos que han escrito sobre la vejez no podemos ignorar a Baltasar Gracián. El jesuita español invoca la figura del dios Jano para desarrollar sus ideas sobre la vejez. Jano tiene dos bocas y de cada una de ellas salen verdades. El mensaje es que la vejez es buena y es mala, todo depende de cada quien; por lo mismo no tiene sentido buscar una respuesta categórica a la pregunta de Cicerón. Entender a la vejez es reconocerla con sus dos facetas.  

Triste es el destino de quienes padecen los horrores de la vejez. Dice Gracián que en la casa de los viejos está “la olla desazonada, la cama dura y mal pareja, la mesa mal compuesta, la casa mal barrida, todo sucio y todo mal. De modo que ya un hombre oye mal, come peor, ni viste, ni duerme, ni puede vivir. Y si se queja dicen que está viejo, lleno de manía y caduquez”

En uno de los capítulos de su obra cumbre, El Criticón, Gracián nos ofrece la alegoría del palacio de Vejecia, personaje femenino que es la encarnación de la vejez. Para entrar a sus dominios hay dos puertas: la de los honores y la de los horrores. La mayoría de los seres humanos que llegan a su postrera edad son dirigidos a la puerta de los horrores. Hombres y mujeres que no supieron cómo vivir en su juventud y su madurez y que en su vejez deberán pagar las deudas que contrajeron antes.  

Triste es el destino de quienes padecen los horrores de la vejez. Dice Gracián que en la casa de los viejos está “la olla desazonada, la cama dura y mal pareja, la mesa mal compuesta, la casa mal barrida, todo sucio y todo mal. De modo que ya un hombre oye mal, come peor, ni viste, ni duerme, ni puede vivir. Y si se queja dicen que está viejo, lleno de manía y caduquez”. La vida de los viejos es de frío, de desolación y de tristeza. Nadie escapa de su dureza: ni el rico ni el poderoso ni el galán ni el valiente.  

Adultos mayores bailan danzón en la explanada del Monumento a la Revolución, el pasado agosto.
Adultos mayores bailan danzón en la explanada del Monumento a la Revolución, el pasado agosto.Foto: Cuartoscuro

 Quienes entran al palacio de Vejecia por la puerta de los honores tienen una experiencia distinta. Son aquellos que fueron virtuosos, precavidos, sensatos. Aunque sus cuerpos estén gastados, tienen más poderes que los jóvenes con la mejor salud. Un viejo casi ciego puede ver mejor las realidades del mundo que un muchacho con vista de lince. Lo que pierden los sentidos lo gana el intelecto. Esos viejos “tienen el corazón sin pasiones y la cabeza sin ignorancia”. En los salones del palacio de Vejecia por donde pasean las pocas personas que supieron vivir para llegar así a su vejez, se disfruta “del reposo, el asiento, la madurez, con la prudencia, con la gravedad y la entereza.” Aunque sus cuerpos decaigan, como los de cualquier otro, siguen teniendo dignidad, autoridad y, sobre todo, sabiduría.  

No es lo mismo tener una vejez sin privaciones, sin dolores o sin aburrimiento, que tener una vejez con sabiduría, con dignidad y, sobre todo, con autoridad. Dicho de otra manera, aunque concedamos que hemos logrado que los horrores de la vejez sean menos duros, hemos hecho poco para que los honores de la vejez puedan ser disfrutados por un porcentaje mayor de personas

 Se podría decir que el palacio de Vejecia ha cambiado mucho, que ya no es el mismo que en el siglo XVII. Por principio, habría que hacer notar que cada vez está más poblado. Hay más viejos ahora que nunca antes en la historia. Por otra parte, algunos de los horrores de la vejez se han ido atenuando gracias al desarrollo científico. Sin embargo, me parece que nada ello ha tenido como consecuencia que haya aumentado el número de quienes entran al palacio de Vejecia por la puerta de los honores. No es lo mismo tener una vejez sin privaciones, sin dolores o sin aburrimiento, que tener una vejez con sabiduría, con dignidad y, sobre todo, con autoridad. Dicho de otra manera, aunque concedamos que hemos logrado que los horrores de la vejez sean menos duros —sobre todo, para aquellos que cuentan con los recursos para pagar por esos privilegios—, hemos hecho poco para que los honores de la vejez puedan ser disfrutados por un porcentaje mayor de personas. No se trata únicamente de que ahora no se respete más que antes a los ancianos, sino también de que los adultos no nos preparamos para llegar a la vejez con la frente en alto, con la conciencia tranquila y con el conocimiento de la justa medida de las cosas. Hay cirugías que borran las arrugas del rostro, pero no hay nada equivalente para las arrugas del alma.