Idiolectos familiares

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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He leído que una lengua desaparece cada dos semanas. Aunque todavía hay miles de ellas repartidas por el planeta, es probable que dentro de un siglo sólo queden unas cuantas. Cada vez que se pierde un lenguaje se pierde una perspectiva de lo humano. Y no hablo de una perspectiva individual, sino colectiva, producto de cientos o quizá miles de años de interacción social y de relación con el medio ambiente.

Hay otro tipo de pérdidas lingüísticas más sutiles, pero no menos irreparables, que no se cuantifican normalmente. Me refiero a los idiolectos. Un idiolecto es la manera de hablar de un individuo o de un grupo de individuos. Las diferencias pueden ser de muchos tipos; pueden ser desde léxicas, es decir, del vocabulario utilizado hasta fonéticas, es decir, de la manera de pronunciar las palabras. Hay individuos que tienen un idiolecto muy peculiar, se les reconoce inmediatamente por ello. También hay idiolectos en las parejas, las familias, las instituciones, los barrios, las clases sociales. Además, hay idiolectos generacionales. Los viejos hablan diferente que los jóvenes. De esa manera, si se escucha con atención, uno puede obtener una cantidad grande de información al escuchar hablar a alguien. Por ejemplo, un análisis del habla de alguien podría hacernos saber que se trata de un varón mayor de cincuenta años, originario de la Ciudad de México, de clase media, egresado de UNAM, vecino del barrio de Coapa.

Los idiolectos cambian rápidamente. Muchos de ellos desaparecen en cuestión de unas cuantas décadas. La manera en la que hablábamos los que fuimos jóvenes en los años ochenta, pronto será olvidada, cuando mucho quedará registrada en películas, grabaciones o en crónicas periodísticas. Todavía hoy algunos hablamos de esa manera, con esos giros, con las mismas frases, con la misma entonación, pero cada vez es menos común. En pocos años, esa forma de hablar será un idiolecto muerto.

En mi familia hemos desarrollado un idiolecto muy peculiar. Hemos adoptado neologismos que nadie más usa y también tenemos giros, frases y refranes que hemos ido incorporando con los años y que sólo nosotros entendemos cabalmente. Por si fuera poco, hemos desarrollado una entonación peculiar que distingue nuestra forma de hablar en familia. Cuando estamos acompañados de personas que no pertenecen al círculo familiar, rara vez usamos nuestro idiolecto, lo reservamos para cuando estamos entre nosotros.

Yo diría que nuestro idiolecto familiar ha alcanzado su madurez lingüística. Nos alcanza para hablar sobre cualquier cosa del mundo y nos permite comunicarnos entre nosotros. El número de hablantes de nuestro idiolecto es, además, el más grande que hemos tenido, ya que incluye a miembros de varias generaciones. No concibo mi vida sin ese idiolecto y, sin embargo, sé que, dentro de cien años, mis descendientes ya no lo conocerán. Cuando eso suceda, una pequeña perspectiva de lo humano habrá desaparecido.