Guillermo Hurtado

¿Tiene usted lo mejor que podría alcanzar?

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Un grupo de viajeros tuvo que parar en un pueblo para pernoctar y continuar con su trayecto a la mañana siguiente. Uno de ellos conocía la zona y los dirigió al mejor hotel de la localidad. Entre los viajeros había un hombre muy rico. Cuando entró a su habitación quedó muy molesto con lo que vio. Los muebles le resultaron viejos, las sábanas percudidas, el baño pequeño. Para decirlo en pocas palabras, el cuarto no le pareció de su categoría. El hombre acudió a la recepción del hotel, sacó un fajo de billetes y los puso sobre el mostrador. “¡Quiero que me den la mejor habitación que tengan!”, le dijo al empleado de la recepción. El empleado le respondió: “Guarde su dinero, por favor, usted ya tiene la mejor habitación”.

Algo admirable de los seres humanos es que no se conforman con su situación. Gracias a esa insatisfacción, hace miles de años logramos salir de las cuevas, cubrirnos el cuerpo y dejar de comer carroña. Si los seres humanos se hubieran contentado con lo que tenían en el paleolítico, la historia hubiera sido muy diferente. Es más, no tendríamos historia, de la misma manera en la que los animales no tienen historia propiamente dicha.

No obstante, hay veces en las que estamos en la mejor situación que nos es asequible y, sin embargo, la despreciamos, nos parece poca cosa, anhelamos algo mejor, algo que, sin embargo, no existe en nuestro entorno. El viajero melindroso de la anécdota antes contada no puede hacer nada para alojarse en un mejor cuarto esa noche. No puede mandar construir, en cuestión de horas, un hotel de lujo en ese pueblo. Su mejor opción es la de acomodarse en su habitación y pasar la noche en ella hasta la mañana siguiente. El viajero tiene que entender, además, que pudo haber estado peor. Las otras habitaciones eran más modestas, tenían los muebles más feos, los baños más pequeños. Aunque él no lo supiera en un principio, había sido afortunado, puesto que le habían asignado el mejor cuarto del hotel, superior al de sus demás compañeros, que no habían corrido con la misma suerte. Una moraleja a la que podría llegarse es que no siempre podemos estar mejor, pero siempre podemos estar peor. Nuestra desgracia es que, cuando nos damos cuenta de ello, es demasiado tarde.

Hay un detalle de la anécdota que me deja inquieto: el fajo de billetes. El viajero insatisfecho tenía recursos de sobra para adquirir algo mejor, pero no existía algo mejor. Dejemos a un lado el sucio asunto del dinero y pensemos en recursos más nobles: sentimentales, intelectuales, creativos, morales, incluso espirituales. ¿Qué hacemos con ellos cuando no hay nada en qué ponerlos en uso? ¿Cómo reconciliarnos con ese desperdicio? Es asombroso constatar que, a veces, la realidad nos queda chica.