Guillermo Hurtado

Los mexicanos y la ley

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Se ha señalado en numerosas ocasiones que los mexicanos tenemos una relación difícil con la ley. Aceptamos que exista, aprobamos que los demás la cumplan, pero cuando nos toca obedecerla, le damos la vuelta, le ponemos objeciones, no la cumplimos. Concedamos que esa descripción de la realidad mexicana es verdadera. ¿Por qué tenemos esta actitud ante la ley? Esta pregunta se ha intentado responder, sin mucho éxito, desde diversas disciplinas, incluso desde la filosofía.

Una hipótesis que se ha ofrecido con frecuencia —ignoro quién la planteó por vez primera— es que la actitud de los mexicanos ante la ley es una herencia remota del virreinato. Cuando la ley viene de fuera, cuando llega de otro continente, se la ve como una imposición. Aquí cabe recordar la distinción entre heteronomía y autonomía. La ley heterónoma es creación de otro, la autónoma, de uno mismo. La primera es un acto de poder, la segunda de libertad. No debe extrañarnos que durante el virreinato se acuñara la frase de “acátese pero no se cumpla”.

Según esta hipótesis, la sensación de distanciamiento e incomodidad de los mexicanos ante la ley no ha variado desde el periodo colonial. Los mexicanos siguen suponiendo que la ley no es autónoma, no es fruto de su libertad, sino que se les impone y, por lo mismo, carece de legitimidad plena, no tiene obligatoriedad.

Lo que esta hipótesis no explica es por qué si la ley ya no viene de fuera, los mexicanos no hemos dejado de sentirla como si fuera una imposición. ¿Acaso se nos volvió una cómoda costumbre?

En su libro de 1953, La revolución de independencia, Luis Villoro hizo una reflexión filosófica sobre un suceso determinante de nuestra historia que podría servir como una explicación de esa sensación tan persistente entre los mexicanos de que nuestras leyes son ilegítimas, aunque no sean heterónomas.

Villoro afirmó que el suceso de nuestra historia que generó en los mexicanos la conciencia de la ilegitimidad del orden colonial fue el golpe de Estado de Yermo al Virrey Iturrigaray el 15 de septiembre de 1808. Cuando llegó la noticia de que Fernando VII había abdicado, algunos miembros del Ayuntamiento propusieron que la administración del reino pasara a una junta local. El argumento esgrimido consistía en que durante la ausencia el monarca, la soberanía debía retornar a las instituciones del reino novohispano. Aunque Iturrigaray no aceptó la moción, se sospechó que pretendía proclamarse rey con el apoyo de los criollos. Ante esa amenaza, el empresario peninsular Gabriel de Yermo encabezó un golpe de Estado. Villoro sostiene que, hasta antes del golpe de Yermo, los mexicanos creían que el poder estaba basado en la ley, pero que después del golpe descubrieron que el poder estaba fundado en la fuerza. Si los peninsulares habían hecho uso de su libertad para tomar el poder, ¿por qué no podrían hacer lo mismo los criollos? Si los peninsulares habían hecho uso de la violencia para lograr sus objetivos, ¿por qué no hacer lo mismo? El detonador de la independencia, por lo tanto, más que un sofisticado argumento de la filosofía escolástica o de la filosofía ilustrada, fue ese descubrimiento de que en México la libertad, y, más aún, la violencia, eran los cimientos genuinos del orden y del poder.

De acuerdo con esta conjetura, las leyes que nos dimos los mexicanos a nosotros mismos después de la independencia debieron haber sido obedecidas sin reservas, ya que no eran leyes que nos impusieran por la fuerza, ya sea desde afuera o desde adentro. Sin embargo, de acuerdo con la conjetura original, ello no ha sucedido. ¿Por qué los mexicanos seguimos siendo, hasta hoy, tan rejegos frente el cumplimiento de la ley?

Hay otra explicación que podría extraerse del razonamiento de Villoro: los mexicanos no hemos dejado de sentir que detrás de todas las leyes hay una violencia silenciosa cometida por una élite económica, racial y cultural en contra del pueblo. Desobedecer la ley, por lo mismo, es un acto de resistencia ante esa dominación disfrazada de autoridad legítima. Preguntamos entonces: ¿alguna vez tendremos una ley que sea aceptada de manera irrestricta por los mexicanos?, ¿qué tiene que pasar para que lleguemos a ese estado?