Guillermo Hurtado

México y la guerra atómica

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La invención de la bomba atómica cambió para siempre la relación entre la humanidad y su destino. Por vez primera en la historia, los seres humanos fueron capaces de destruir la vida entera en el planeta.

Esta posibilidad se vislumbró desde que cayó la primera bomba sobre Hiroshima, el 6 de agosto de 1945, pero la posibilidad se convirtió de manera muy veloz en un peligro real, cuando los Estados Unidos y la Unión Soviética entraron en la llamada Guerra Fría, en la segunda mitad del siglo XX. La carrera armamentista hizo que ambas naciones acumularan suficientes bombas atómicas para acabar con el mundo entero, no sólo con sus oponentes ideológicos.

El fin de la Guerra Fría nos hizo olvidar que la mayoría de esas bombas permanecían guardadas en depósitos militares. El peligro seguía ahí, pero decidimos voltear la cara hacia otro lado. Cuando nos empezamos a preocupar por la crisis ecológica nos olvidamos, casi por completo, de que las armas atómicas podían terminar con la vida sobre la Tierra antes de que el calentamiento global, comenzara a cobrar vidas.

Hoy en día, hay nueve países que poseen armas atómicas: Rusia, Estados Unidos, China, Francia, Gran Bretaña, Pakistán, India, Israel y Corea del Norte. Más del 90 por ciento de las bombas están en posesión de Rusia y Estados Unidos. Cualquiera de los dos países tiene un arsenal suficiente para matar a todos los seres humanos en cuestión de horas, días o meses.

La guerra en Ucrania, que cada día se complica más, ha vuelto a ponernos al borde de una conflagración nuclear. México está muy lejos del escenario del conflicto, pero en Europa la preocupación cada día es mayor. La semana anterior, el gobierno de Finlandia pidió a su población que almacenara pastillas de yoduro de potasio, ante la eventualidad de una explosión atómica. La gente salió corriendo a las farmacias y las pastillas se agotaron en cuestión de horas. La ingesta de yoduro de potasio, en realidad, es una medida muy secundaria, lo que el gobierno finlandés recomienda es que la gente se encierre en refugios para no estar expuestos a la radiación.

En México, que yo sepa, no tenemos un plan para enfrentar la eventualidad de una guerra atómica con efectos globales. Quizá la Secretaría de la Defensa tiene protocolos de emergencia, pero la población no sabría qué hacer, ni tendría los recursos para protegerse. Como ha sucedido en otras ocasiones, por ejemplo, en el terremoto de 1985, la gente se vería obligada a improvisar sobre la marcha.

A decir verdad, estamos indefensos. Es impresionante que nuestras vidas dependan de la decisión de unos pocos individuos, que tienen el poder de apretar el botón que activa las armas de destrucción masiva más poderosas. Caminamos sobre un hilo muy delgado, que en cualquier momento se puede romper.