Guillermo Hurtado

Los ovnis

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

La primera creencia articulada que desarrollé de manera independiente, sin la orientación, la instrucción o la presión de un adulto, fue la creencia en la existencia de los ovnis. Estaba yo en sexto de primaria, tenía once años y abracé esa convicción con el fervor del converso. En aquellos años —hablo de principios de la década de los setenta del siglo anterior— el tema ocupaba la atención de mucha gente. En las sobremesas se discutía acaloradamente acerca de los ovnis: de un lado, los creyentes, como yo y, del otro, los escépticos y, de plano, los negacionistas.

Mi principal fuente de información sobre los ovnis fue la revista Duda, que apareció en 1971 y de la que me volví un asiduo lector. La editorial del número 1 de la revista, firmada por su editor, Guillermo Mendizábal, exponía la actitud epistémica que yo asumí con entusiasmo en aquel momento de mi vida. Decía Mendizábal: “Siempre ha habido en el mundo dos clases de hombres: los que cierran los ojos ante lo nuevo y los que los abren. Esta revista está dirigida a los segundos: a los que no tienen temor de mirar hacia el fondo del espacio exterior, hacia las profundidades desconocidas de la tierra y el mar, hacia donde quiera que se presenten los enigmas que no es capaz aún de resolver la ciencia humana”. A los once años, yo decidí ser un hombre de la segunda clase: no le tendría miedo a lo desconocido, buscaría la verdad en los sitios más remotos del universo. Cuando me asomaba a las páginas ilustradas de la revista, yo estaba convencido de que todo lo que leía ahí tenía sustento empírico, incluso científico, aunque no se tratara de lo que Thomas Kuhn llamara la “ciencia normal”. Así lo afirmaba el propio Mendizábal: “Duda no es una revista de ‘imaginación’, porque aspira a ofrecer algo más que eso, aspira a convertirse en una pequeña enciclopedia ilustrada.” Y como yo sí me creía eso de que era una enciclopedia, atesoraba cada número de la revista.

Quienes creíamos en los ovnis pensábamos que teníamos la responsabilidad de prepararnos para entrar en contacto con los habitantes del espacio exterior. Por lo mismo, cada vez que se presentaba la oportunidad, yo trataba de convencer a los escépticos e incluso a los negacionistas de lo que yo consideraba era su cerrazón ante los datos concluyentes de que nos visitaban seres inteligentes de otros planetas

Los niños de los años setenta pensábamos que no había imposibles para la inteligencia humana. Nuestro optimismo no tenía límites. Por ejemplo, estábamos convencidos de que las barreras del espacio exterior se habían derrumbado para siempre. Lo que escuchábamos era que para el año 2000 habría gigantescas estaciones espaciales girando alrededor de la Tierra e incluso colonias en la Luna con miles de dichosos habitantes.

Quienes creíamos en los ovnis pensábamos que teníamos la responsabilidad de prepararnos para entrar en contacto con los habitantes del espacio exterior. Por lo mismo, cada vez que se presentaba la oportunidad, yo trataba —con la arrogancia y la terquedad de mis once años— de convencer a los escépticos e incluso a los negacionistas de lo que yo consideraba era su cerrazón ante los datos concluyentes de que nos visitaban seres inteligentes de otros planetas. Cuando me pedían que citara la fuente de mis tajantes afirmaciones, yo afirmaba, casi con orgullo: “lo leí en la revista Duda”.

El ovni de la película El día que la Tierra se detuvo, de 1951.
El ovni de la película El día que la Tierra se detuvo, de 1951.Foto: Especial

Pocos años después dejé de creer en los ovnis. Una de las razones por las que me hice escéptico fue que caí en cuenta de que la revista Duda no era una fuente confiable de información sobre esos temas. Luego, cuando llegué a la preparatoria, aprendí la distinción entre ciencia y pseudociencia y me prometí a mí mismo no volver a dejarme convencer por la segunda. Entonces, me convertí al cartesianismo epistemológico: no aceptaría proposiciones sobre cuestiones de hecho que no tuvieran un fundamento completamente sólido. Mi colección de revistas Duda acabó en el cesto de basura. Años después, también abandoné el cartesianismo recalcitrante, pero ésa es otra historia. Sin embargo, nunca he vuelto a recuperar mi creencia infantil en la existencia de los ovnis.

A mis casi sesenta años, la hipótesis cosmológica que me parece más sobrecogedora y, por lo mismo, más atractiva, es la de que los seres humanos estamos completamente solos en el universo. ¿Qué cambios sucedieron en mi interior para que pasara de creer en extraterrestres a creer que no hay nadie más en las descomunales profundidades del cosmos? ¿Acaso la arrogancia y la terquedad de mi infancia tan sólo cambiaron de bandera?

A mis casi sesenta años, la hipótesis cosmológica que me parece más sobrecogedora y, por lo mismo, más atractiva, es la de que los seres humanos estamos completamente solos en el universo. ¿Qué cambios sucedieron en mi interior para que pasara de creer en extraterrestres a creer que no hay nadie más en las descomunales profundidades del cosmos? ¿Acaso la arrogancia y la terquedad de mi infancia tan sólo cambiaron de bandera?