Guillermo Hurtado

La paz y la concordia

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado
Por:

El término de la guerra es la paz. En la paz, los soldados bajan las armas, regresan a sus casas, se reencuentran con sus familias. El contraste entre la guerra y la paz es gigantesco, es la diferencia entre la amenaza de la muerte y la promesa de la vida.

Vivir en paz es una aspiración de la humanidad entera. No obstante, la paz puede seguir nublada por el resentimiento, la sed de venganza, el odio más puro. Digamos que hay una paz oscura, que es la que recién he descrito, y una paz iluminada, muy diferente. Es la segunda y no la primera a la que todos aspiramos. La paz, como sabemos, puede ser una guerra fría, una batalla en cámara lenta, un caldo de cultivo de la siguiente contienda; es decir, una mera tregua en la que los ejércitos se lamen sus heridas y se preparan para la siguiente conflagración. No es ésa la paz que queremos.  

A la paz iluminada le podemos llamar, como desde la antigüedad, concordia. En la concordia no sólo se lleva la fiesta en paz, sino que se lleva con alegría. La paz oscura nos obliga a ser tolerantes del enemigo. No podemos atacarlo, pero no podemos dejar de odiarlo o, por lo menos, de repudiarlo. La tolerancia contiene nuestros instintos agresivos, reprime nuestros deseos negativos. Para vivir en paz muchas veces tenemos que ser tolerantes, pero la tolerancia no nos hace felices. Para que una sociedad sea feliz debe buscar la concordia, es decir, la convivencia armónica entre las personas y los grupos que la conforman.  

La mayor cualidad de un gobernante es propiciar la concordia dentro de su pueblo. Para ello debe ser justo. Y eso no significa que dé a cada quien lo mismo, sino que dé a cada quien lo que se merece. Esta virtud es extraordinariamente difícil de alcanzar. El gobernante de un pueblo en armonía debe ser un juez prodigioso. Para ello, debe ser un sabio. Y ello no significa que sea un especialista en alguna disciplina académica, sino algo mucho más difícil de lograr, que sea una persona que entienda en qué consiste la resolución correcta de cualquier conflicto. Sancho Panza era un iletrado y, sin embargo, cuando gobernó su isla imaginaria, fue un monarca sabio. Además de ser un magnífico juez, el gobernante de un pueblo en armonía debe tener otra cualidad que es más difícil de definir y que consiste en ser capaz de hacer felices a sus súbditos. Ésta es una cualidad de los buenos padres. ¡Qué admirable es el padre que no sólo cuida a sus hijos, los trata con justicia, los ama, pero, encima de todo, sabe cómo hacerlos felices! Un gobernante que tenga esas características es un garbanzo de a libra. No hay muchos a la vista.