Platón y los achichincles

TEATRO DE SOMBRAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Uno de los clásicos indiscutibles del pensamiento occidental es La República de Platón. Debemos a Don Antonio Gómez Robledo, filósofo, jurista y diplomático mexicano, una traducción de esa obra publicada por la UNAM en 1971.

En el libro VIII de La República, Platón examina diversas formas de gobierno: la timocracia, la oligarquía, la democracia y la tiranía. A Platón no le gusta ninguna de ellas: todas tienen graves defectos que provocan la miseria e infelicidad de los ciudadanos.

¿Cuál era, entonces, la forma de gobierno que le agradaba a Platón? Una aristocracia muy particular, en la que los filósofos ocupaban los puestos más altos de responsabilidad.

Hoy en día, todos nos consideramos demócratas, pero, según Platón, la democracia está lejos de ser la mejor forma de gobierno. Tarde o temprano, nos dice, la democracia desemboca en la tiranía. Y si la democracia ya es mala, la tiranía es peor, mucho peor. Platón explica que cuando los vicios de la democracia ponen en peligro el orden público, no tarda en aparecer un individuo carismático que nos ofrece resolver nuestros problemas. Al principio, el tirano actúa como si fuera amigo de todos, pero, después, deja ver su rostro menos amable; entonces reprime, elimina a sus opositores, se rodea de aduladores mediocres.

Cito a Platón en la traducción de Gómez Robledo: “¿No es verdad, dije, que en los primeros días y en el primer tiempo no tiene sino sonrisas y saludos para todo aquel que encuentra? ¿No niega ser tirano y promete innumerables cosas en privado y en público? ¿No remite las deudas y reparte las tierras entre el pueblo y sus achichincles, y se da aires de benevolencia y mansedumbre con todo el mundo? (p. 311).

De esta cita podrían extrapolarse muchas analogías con la política de nuestros días, pero lo que yo quisiera es que prestara usted atención a un detalle lingüístico.

Observe que Gómez Robledo usa el nahuatlismo “achichincles”. De manera deliberada, Gómez Robledo no sólo traduce a Platón del griego antiguo al español, sino, además, al español mexicano. En su introducción a La República, Gómez Robledo afirma que lo que justifica una traducción mexicana de la obra de Platón, existiendo ya una española, es que los detalles que brinda el español mexicano pueden decirnos cosas que, a veces, se le escapan al español peninsular (p. CXXXIV). En la cita anterior hallamos un ejemplo brillante de ello. Dígame si no es cierto que nuestros tiranos —en México y en el resto de nuestros países— no tienen séquito o comitiva o cortejo, sino simples y vulgares achichincles.

He ofrecido aquí un ejemplo, uno entre otros, de la manera tan original en la que Don Antonio Gómez Robledo supo realizar la proeza de mexicanizar a Platón. En otras de sus memorables traducciones hizo lo mismo con Aristóteles, Cicerón y Marco Aurelio.