Guillermo Hurtado

Proust y Céline

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Con el año que termina llega a su fin la conmemoración global por el centenario del fallecimiento de Marcel Proust.

En artículos anteriores he señalado algunos de los aspectos más destacables de la literatura de Proust: la riqueza de su lenguaje, el carácter reflexivo de su prosa, las peculiaridades de su estilo. Al bajar el telón del año proustiano es inevitable pensar en una figura que representa lo opuesto de Proust, Louis-Ferdinand Céline.

El anti-Proust, Céline, es autor de una de las novelas más poderosas de la primera mitad del siglo XX: Viaje al fin de la noche, publicada en 1932, es decir, diez años después de la muerte de Proust, cuando ésta ya era considerado un clásico de la literatura europea.

Proust fue un hombre sensible, sofisticado y culto. Céline, en cambio, fue un hombre vulgar, escandaloso y odiable. Las personalidades y los mundos de ambos autores no podrían ser más diferentes. Mientras que los escenarios en los que sucede En busca del tiempo perdido de Proust son los salones de la alta burguesía, las residencias de la nobleza y los hoteles de lujo, en el Viaje al fin de la noche de Céline los escenarios son campamentos militares, puestos comerciales en el África colonial, fábricas en Estados Unidos y manicomios en las afueras de París. Los personajes de Proust son nobles y artistas. Los de Céline son proletarios, excluidos, explotados. La nostalgia y la melancolía de la novela de Proust chocan con la desesperación y el absurdo de la novela de Céline. El delicado aroma de la magdalena de Proust nada tiene que ver con los hedores de los alojamientos, los alimentos y los cuerpos que describe Céline, con exactitud despiadada en las páginas de su libro.

Hay un pasaje del Viaje al fin de la noche en el que Céline describe un local dentro de un pasaje comercial, en el que se reúnen damas liberales con caballeros que buscan compañías agradables. Este relato podría verse como una parodia del salón de Madame Verdurin en la novela de Proust. El propio Céline se devía de su descripción de la tienda de Madame Herote —así se llama la dueña del local— para hacer una referencia a Proust. Lo cito: “Proust, espectro a medias él mismo, se perdió con tenacidad extraordinaria en la futilidad infinita y diluyente de los ritos y las actitudes que se enmarañan en torno a la gente mundana, gente del vacío, fantasmas de deseos, orgiastas indecisos que siempre esperan a su Watteau, buscadores sin entusiasmo de Cíteras improbables”.

Céline leyó a Proust y pensó que su literatura era falsa, rebuscada, amanerada. Sin embargo, diga lo que diga Céline —y por más que no le falte algo de razón—, la obra de Proust sigue siendo una de las grandes creaciones del intelecto humano.