Guillermo Hurtado

Una segunda vida

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Vida biológica sólo hay una: la que comienza en la cuna y acaba en la mortaja. Y, sin embargo, hay quienes descubren que ya han vivido de principio a fin toda una vida y que, casi sin buscarlo, como si fuera algo que les aconteciera, se encuentran en una “segunda vida”; es decir, una existencia diferente, que no parte en dos su individualidad, sino que, al desplegarse, como los pétalos de una flor, les brinda otra oportunidad que no habían imaginado cuando vivían su “primera vida” de manera tan afanosa.

El filósofo francés François Jullien ha escrito un pequeño libro con el título Una segunda vida (Buenos Aires, el cuenco de plata, 2021), en el que reflexiona sobre esa peculiar condición.   

  Jullien se ocupa de explicitar la noción de “segunda vida”. La distingue de la vejez —no es una condición cronológica— y de la sabiduría —no es un estado epistémico y ni siquiera sapiencial—. El paso de la primera a la segunda vida no tiene que ser dramático, no requiere ganar la lotería o perderlo todo en una apuesta. Tampoco exige un proceso de conversión. El paso de la primera a la segunda vida puede ser silencioso, insensible, gradual. Sin embargo, no todos tienen el don de poder disfrutar una segunda vida. ¿Qué se requiere entonces para alcanzarla? Experiencia, lucidez y desprendimiento; en ese orden. A cada una de esas condiciones, el autor dedica un capítulo de su libro y lo hace siempre con imaginación y rigor filosófico.   

En lo que podría verse como la actualización de una vieja idea heideggeriana, Jullien caracteriza a la “segunda vida” como una existencia que se plantea de cara a la muerte. La segunda vida es el trecho indefinido del que gozamos, desde el presente hasta nuestra muerte, y que se descubre una vez que la “primera vida” se ha completado, no necesariamente en el sentido de haber cumplido todas sus expectativas, lo que rara vez sucede, sino en el de que esas expectativas se han depositado en el fondo de nuestro ser, como un sedimento.

Jullien ha escrito un libro muy personal, tanto así, que en varias ocasiones se trasluce que él habla de sí mismo, de la “segunda vida” que vive. Sin embargo, ello no es un obstáculo para que la obra cumpla con su objetivo más filosófico. El autor dedica un capítulo entero a lo que él llama el “segundo amor”: que ya no está hecho de pasión sino de intimidad. Es el amor que se crece a la sombra de la muerte inminente, el amor del (poco o mucho) tiempo que nos queda. No tiene que ser ese “segundo amor”, un amor con otra persona. El “segundo amor” se puede encontrar con la misma persona con la que se tuvo el “primer amor” siempre y cuando seamos capaces de madurarlo.